Largos, cortos, gruesos
  o finos, el cuello de cada dinosaurio tenía la forma más adecuada. Les
  permitía arrancar carne cruda de un hueso, llegar a las hojas más jugosas de
  un árbol, combatir a un rival o frenar el ataque de un enemigo.
      El cuello del Mamenchisaurus
  superaba al de una jirafa en 9 metros y constaba de 19 vértebras. Los
  expertos pensaban que mantenía tiene el cuello del animal, como ocurre con el
  Diplodocus con 15 vértebras, pero los científicos actuales creen que
  mantenían la cabeza muy alta para alcanzar las jugosas hojas altas de los
  árboles.
      Un problema que tenían
  los pequeños terópodos era que sus presas, sobre todo insectos y pequeños
  reptiles, podían huir a gran velocidad. Los terópodos pequeños tenían el
  cuello largo y podían estirarlo en un segundo para atrapar a una presa. Su
  acción era como soltar de repente un muelle tensado.
      Los dinosaurios con
  pico de pato tenían un cuello parecido al de los bisontes modernos. Sus
  columnas vertebrales descendían bruscamente después de las paletillas y
  tenían el cuello muy encorvado. Eso significa que mantenían la cabeza pegada
  al suelo para poder comer matorrales.
      Los huesos reforzados
  del cuello evitaban lesiones a los paquicefalosaurios durante sus duelos a
  cabezazos. Sus cráneos muestran dónde los superpoderosos músculos unían el
  cuello y la cabeza. El cuello actuaba a modo de parachoques.
      La carne guisada se
  desprende con facilidad del hueso, pero la carne cruda hay que arrancarla con
  fuerza. Los carnosaurios, carnívoros, necesitaban un cuello musculoso para
  mantener bien sujeta su presa. Los músculos del cuello también les ayudaban
  a desgarrar la carne del cadáver.
      El cuello es una zona
  vulnerable del cuerpo de los animales; por él pasan muchos músculos y venas
  importantes. Los anquilosaurios presentaban hileras de placas óseas como
  defensa de los carnívoros.