Nadie sabe con
seguridad cómo eran el corazón y los pulmones de un dinosaurio porque los
órganos no se fosilizan. Pero los científicos han reconstruido su aspecto y
funcionamiento.
Los saurópodos
gigantes necesitaban un corazón muy potente para hacer circular la sangre por
su enorme cuerpo. Algunos científicos creen ahora que estos grandes
saurópodos tuvieran más de un corazón para impulsar la sangre a tanta
distancia.
Imagina la fuerza que
debía de tener el corazón para bombear la sangre de un extremo a otro del Brachiosaurus.
Su cuello era realmente largo. La cabeza se alzaba a más de siete metros por
encima del corazón, que tenía que haber sido muy grande y musculoso para
poder bombear la sangre a tanta altura.
El corazón de los
dinosaurios probablemente tenía dos partes diferenciadas, como el de los
humanos. Una bombea la sangre hacia el cuerpo y otra hacia los pulmones. En
estos últimos la sangre capta oxígeno y vuelve, una vez oxigenada, a la otra
parte del corazón, desde donde es enviada al resto del cuerpo. Las válvulas
del corazón son como puertas que se abren y se cierran en una sola
dirección.
Cuando respiramos,
absorbemos oxígeno, que llega a nuestros pulmones por unos tubos conocidos
como bronquios. En ellos se filtra el aire y se expulsan los gases de desecho.
Para inspirar y espirar, tenemos que usar los músculos del pecho y del
estómago. Los expertos creen que los dinosaurios respiraban de una manera muy
parecida a la nuestra. Saben el tamaño de los pulmones de un dinosaurio
observando las dimensiones de su caja torácica. Cuanta más convexidad
presenten las costillas, mayores serán los pulmones.
Se han encontrado
esqueletos de algunos dinosaurios con agujeros en las vértebras. Los
científicos creen que contenían sacos aéreos. Las costillas los
comprimían, y se llenaban y se vaciaban como fuelles, impulsando el aire de
los pulmones dentro y fuera.
Aunque no podemos saber
con seguridad a qué ritmo latía el corazón de un dinosaurio, podemos
imaginarlo observando el corazón de otros animales. Sabemos que en los
animales pequeños late con más rapidez que en los mayores. El corazón de
una persona late unas 70 veces por minuto. Así, a un dinosaurio como el Triceratops,
que tenía el tamaño de un elefante, quizá el corazón le latiera unas 30
veces por minuto.