Los esqueletos de
  dinosaurios se reconstruyen (es decir, se montan y se sujetan siguiendo el
  ordenamiento correcto de los huesos y en una posición natural) por dos
  motivos. En primer lugar, para exhibirlos; en segundo lugar, para realizar
  estudios científicos.
      El paleontólogo que
  observa los huesos diseminados, durante el trabajo de campo, por lo general
  hace una evaluación aproximada del hallazgo, de lo completo que está y del
  tipo que representa.
      En el laboratorio, tras
  meses de preparación, está en condiciones de verificar su hipótesis y de
  decidir acerca del futuro del espécimen.
      En esta etapa, las
  decisiones son fundamentales. Si se lo va a exponer, la tarea de montar el
  esqueleto y de presentarlo suele llevar semanas de trabajo especializado, lo
  que implica un gasto considerable. Si se parece que el esqueleto pertenece a
  una especie de dinosaurio completamente desconocida, o si contiene partes de
  un esqueleto de un dinosaurio conocido pero que no se habían visto antes,
  resulta importante transmitir la información a otros científicos. Esta
  circunstancia también implica una gran inversión de tiempo y de dinero (en
  general más que si sólo se preparase el ejemplar para su exhibición).
  Habitualmente, un esqueleto bien conservado y bastante completo requiere del
  trabajo del paleontólogo durante dos o tres años, y de un año, más o
  menos, por parte del artista científico (que a menudo son la misma persona).
  Es posible que un esqueleto nuevo de dinosaurio sea objeto de estudios
  científicos al mismo tiempo que se lo prepara para su exhibición.
      La mayoría de los
  huesos que pasan por un laboratorio de dinosaurios se dejan aparte para un
  estudio posterior. Todos tienen algún valor científico y educativo, pero
  resulta imposible examinarlos enseguida. Los grandes museos de dinosaurios
  poseen cientos o miles de especimenes almacenados y listos para analizar.
      Esto podría parecer un
  gran desperdicio de ejemplares interesantes, pero ni siquiera las personas
  más aficionadas a los dinosaurios están dispuestas a mirar docenas de huesos
  iguales; así, sólo se exhiben los mejores. Los huesos que se almacenan se
  pueden considerar archivos de información, al alcance de cualquier
  investigador serio que intente resolver algún problema científico.
      Los grandes museos de
  dinosaurios albergan cada mes a docenas de científicos visitantes: estos
  visitantes están interesados en estudiar especimenes concretos que figuran
  en los catálogos de las colecciones. Si un científico estudia los dientes
  del carnívoro gigantesco Tyrannosaurus, necesitará ver cientos de
  mandíbulas y dientes de este animal y de sus familiares, que pueden estar
  dispersos en varios museos de cada continente. Es posible que otra
  paleontóloga esté tratando de identificar un esqueleto nuevo y poco común
  que ha encontrado en Francia. Tiene que visitar colecciones situadas en todas
  partes del mundo con el fin de comparar los huesos nuevos con otros similares
  que se encuentren en algún otro lugar. Tal vez un tercer paleontólogo
  procure comprender la dinámica de una determinada población de dinosaurios,
  y a tal efecto se ve obligado a registrar todo lo que se ha hallado en una
  determinada formación rocosa; es posible que estos ejemplares se encuentren
  distribuidos en museos muy alejados entre sí.
      Los esqueletos de los
  dinosaurios están montados por los técnicos de los museos, sobre estructuras
  realizadas por los ingenieros, bajo la mirada atenta de un paleontólogo que
  dirige la operación. El paleontólogo conoce cada uno de los huesos gracias a
  la experiencia obtenida en el estudio de otros esqueletos. Todo dinosaurio,
  por grande o pequeño que sea, tiene un fémur, unos omóplatos, vértebras
  caudales, y demás huesos que se pueden comparar entre sí. Con semejante
  experiencia, no hay muchas probabilidades de unir los huesos de forma
  equivocada; de poner, por ejemplo, la cabeza en el extremo de las vértebras
  caudales en lugar de las cervicales, aunque esto haya ocurrido alguna vez. El
  paleontólogo cuenta también con los mapas y fotografías de campo que le
  ayudan a poner en su sitio los huesos que sean cuestionables. Por lo general,
  sólo hay problemas cuando los huesos están estropeados, o cuando faltan
  algunos.
      Cuando se han dispuesto
  los huesos en su posición anatómica correcta, el ingeniero diseña y
  construye una armadura, que es el marco metálico sobre el cual se montarán
  los huesos.
      Los principios de la
  construcción varían, según se utilicen en el montaje los huesos originales
  o copias. Las piezas fundidas son mucho más ligeras y por lo tanto necesitan
  menos apoyo, y se pueden insertar tornillos o varillas pequeñas en las
  diferentes partes, con total impunidad. Además, de una copia de un esqueleto
  se puede realizar un "montaje invisible", formado por varillas
  internas.
      Los armazones
  tradicionales para sujetar los huesos en su sitio suelen estar hechas de
  piezas de acero situadas debajo de cada hueso.
      Estas piezas se
  calientan a altas temperaturas para que adopten la forma exacta, y a
  continuación se sujetan sobre pilares verticales.
      Las piezas y los
  pilares se diseñan con la mayor discreción posible, de modo que en general
  queden ocultos por los huesos cuando se monte el esqueleto para su
  exposición; pero al mismo tiempo han de ser capaces de soportar el enorme
  peso de los huesos fósiles. Una técnica más reciente consiste en sujetar
  cada hueso, sobre todo las vértebras, sobre fuertes hilos transparentes
  suspendidos del techo de la sala de exposición. De este modo, se evita la
  necesidad de una armadura compleja, y se pueden levantar los huesos para
  realizar un estudio individual.