Una secuencia bastante
sencilla de prever conduce a la formación de un fósil de dinosaurio, o de
cualquier otro tipo. A cada paso de este proceso se van perdiendo tanto
ejemplares como información. En otras palabras, no se encontrarán
fosilizados todos los dinosaurios que han existido, porque se pierden muchos
especimenes en cada etapa comprendida entre los dinosaurios vivos y el
descubrimiento de sus fósiles. Además, se pierde información sobre la
anatomía del dinosaurio, paso a paso, desde la muerte del animal hasta que se
logra descubrirlo y reconstruirlo para mostrarlo en un museo. En realidad,
existen muy pocas probabilidades de que un determinado dinosaurio se fosilice
y de que lo que se conserva nos enseñe todos los detalles de su anatomía.
Sin embargo, se han reunido miles de fósiles de dinosaurios con el correr de
los años. Esto demuestra que recorrieron la superficie de la Tierra miles de
millones de dinosaurios. Incluso si sólo apareciera en forma de esqueletos
fosilizados de dinosaurios el 0,001 por ciento de ellos, nos queda la
esperanza de poder encontrar muchos más.
Analicemos algunos de
los acontecimientos que hayan podido ocurrir tras la muerte de un dinosaurio.
Tal vez su cuerpo quedó sobre la tierra seca, donde los carroñeros, otros
dinosaurios, mamíferos, lagartos, arrancaron la carne de los huesos. A
continuación, otros organismos más pequeños eliminarían todo vestigio de
tejido blando, e incluso es posible que algunas bacterias comenzaran a
destruir los huesos. En la mayoría de los casos, el esqueleto acabaría por
reducirse a la nada, bajo el ataque combinado de los carroñeros, los
desintegradores y los elementos.
En algunos casos, es
posible que el esqueleto acabase en un estanque o en un río. Entonces pudiera
ser que los carroñeros fuesen los peces y los cocodrilos, pero el
desgarramiento se produciría con la misma eficiencia que sobre la superficie.
No obstante, los huesos tienen más probabilidades de quedar sepultados por el
barro y la arena en el fondo del estanque, o en un recodo del río, donde se
realiza la sedimentación. Esto evitaría la descomposición total, e incluso
mantendría algunos huesos unidos.
Un río tendería a
transportar el cuerpo una cierta distancia, según su tamaño y la fuerza de
la corriente. Se conocen casos, como en el Tendaguru de Tanzania, donde se
encontraron enormes dinosaurios saurópodos sin la cabeza y sin patas. Parece
que, al quedar desprovisto de carne, el cráneo se estuvo balanceando en el
extremo de los largos huesos cervicales hasta que lo atrapó una corriente
modesta, que lo separó y lo arrastró. La falta de patas se puede deber a que
el animal muriera de pie, y que el peso corporal hundiera las patas de los
sedimentos del fondo, donde quedaron sujetas incluso después de que la carne
se hubiera descompuesto; mientras tanto, las corrientes hacían rodar el resto
del esqueleto.
Los fondos de algunos
lagos son anóxicos, carecen de oxígeno, y no pueden sustentar más vida que
determinadas bacterias que consumen sulfuro en lugar de oxígeno. En tales
casos, todo cuerpo que cae en las aguas anóxicas del fondo se puede encurtir
y proteger de los carroñeros. Los esqueletos se conservan completos y con sus
articulaciones, es decir, con los huesos conectados entre sí. Los animales
más pequeños, como los peces que caen en estos lodos anóxicos, suelen
preservarse casi a la perfección, con la piel y los órganos internos
representados como si fueran sombras sobre la arcilla fina en la que el lodo
termina por convertirse. Lamentablemente, esto ocurre pocas veces con los
dinosaurios.
Cuando el cuerpo de un
dinosaurio ha sobrevivido a los carroñeros, la descomposición y el
transporte por viento o por agua, es probable que estos procesos impidan que
el 99,99 por ciento de los dinosaurios sea siguiera candidato a la
preservación, comienzan los procesos de enterramiento y fosilización. Si el
esqueleto acaba en una zona de depósito de sedimentos, como el lecho de un
río, la desembocadura de un delta, un banco de arena o un campo de dunas, es
posible que se entierre enseguida, debajo de la arena o del barro. En
determinadas condiciones, es probable que los sedimentos se depositen con la
suficiente rapidez como para enterrar el esqueleto a varios metros de
profundidad al cabo de pocos años.
A medida que se
acumulan los sedimentos en la parte superior, su peso produce fuertes
presiones bajo tierra, que provocan la salida del agua contenida en los
espacios porosos y la cementación de los granos disueltos de arena o de
barro. Los granos separados se pueden volver a cristalizar bajo presión, o
también es posible que el agua con abundantes minerales en disolución
deposite estos minerales, desprovistos de la solución, como su fuera un
cemento. En ambos casos, los sedimentos sueltos se convierten en rocas
sedimentarias, como las rocas arcillosas, las areniscas o las calizas. La
presión del agua rica en minerales también afecta los huesos y los dientes
sepultados, y los espacios porosos que hay en su interior tienden a llenarse
de minerales como la calcita, o carbonato cálcico, o el óxido de hierro.
Así es el proceso de petrificación, transformación en piedra, y ésta es la
razón por la que los huesos fósiles son mucho más pesados que los otros.
Han debido perderse
numerosos esqueletos de dinosaurios durante los procesos de enterramiento y
fosilización, Si las aguas de los poros eran ligeramente ácidas, como en las
regiones donde hay turba se podría haber disuelto la apatita de los huesos y
los dientes. En otros casos ocurren perturbaciones terrestres importantes en
las proximidades, es posible que las rocas se compriman o se calienten lo
suficiente como para distorsionar o destruir los fósiles. Las alteraciones de
la corteza terrestre, como los terremotos y las erupciones volcánicas, deben
de haber destruido una cantidad innumerable de fósiles.
Las etapas finales en
la cadena que va desde los dinosaurios vivos hasta el descubrimiento de sus
fósiles comprenden todavía más circunstancias improbables. Es necesario que
el conjunto de roca sedimentaria que contiene los fósiles suba hasta la
superficie de la Tierra, para que se erosione. En otras palabras, lo que en
algún momento fue una zona de depósito de sedimentos, en general bajo el
agua, tiene que elevarse, a menudo en medio de las montañas, para que el
viento, la lluvia y el agua que corre arranquen los granos de roca. La
erosión que realiza el oleaje o las inundaciones repentinas en las tierras
baldías, a veces es rápida y descubre de diez a veinte centímetros anuales,
con lo cual cada año queda expuesto algo nuevo que los geólogos pueden
examinar. Desde luego, es probable que la mayoría de los esqueletos de
dinosaurios que la erosión deja al descubierto se desintegren antes de que un
coleccionista o un científico tengan oportunidad de encontrarlos, de modo que
incluso en esta etapa se produce una pérdida importante de especimenes e
información.