El punto de vista
opuesto, catastrofista, ha conseguido mucha más publicidad últimamente, y
cuenta con el apoyo, sobre todo, de los geoquímicos y los astrofísicos.
Durante años, los geólogos habían sugerido que tal vez los dinosaurios
hubieran sido víctimas de choques de meteoritos, reflejos solares o
supernovas (explosiones de estrellas), pero en general los paleontólogos los
consideran especuladores ociosos. Sin embargo, en 1980, Luis Alvarez (un
físico de Berkeley, California, ganador del Premio Nobel) y sus colegas
publicaron un informe original que tuvo gran influencia en el desarrollo de la
teoría catastrofista. Mencionaban niveles elevados de un metal escaso, el
iridio (relacionado con el platino), en una capa delgada de arcilla
correspondiente al límite entre el Cretácico y el Terciario, procedente de
un yacimiento de Gubbio, Italia. Partiendo de esta observación, propusieron
que la Tierra había sufrido el impacto de un asteroide de alrededor de diez
kilómetros de diámetro, y que la fuerza del choque había desprendido nubes
de polvo que se habían elevado hasta las capas superiores de la atmósfera,
oscureciendo el sol, lo que provocó extinciones catastróficas a escala
mundial.
Muchos geólogos se
burlaron al principio de esta noción, porque pensaban que se había urdido en
una teoría de dramatismo innecesario, a partir de pruebas muy limitadas. No
obstante, durante los cuatro años siguientes, se encontró arcilla con un
incremento de iridio en más de cincuenta localidades de todo el mundo, en
sedimentos que se habían depositado bajo el mar, en lagos en ríos. ¿Qué
quería decir todo esto?
El iridio no es un
elemento natural de la corteza terrestre, sino que llega en los meteoritos y
en otros residuos del espacio exterior. Sólo existe naturalmente en el
núcleo de la Tierra, y llega a la corteza y la superficie por medio de cierto
tipo de volcanes muy poco habituales. Por este motivo, Alvarez y su equipo
postularon una fuente extraterrestre para el iridio que habían identificado,
y una fuente muy abundante, capaz de producir los niveles de aumento
detectados en el límite entre el Cretácico y el Terciario. Partiendo de una
sola situación, previeron la existencia de iridio en todos los yacimientos
donde se estudiara el límite entre estas dos eras; su predicción se
confirmó ampliamente durante los años siguientes. Así ganaron a muchos
científicos para su causa.
En la actualidad existe
otra prueba en favor del modelo catastrofista de la extinción que se produjo
en este período. Determinados grupos fósiles, sobre todo el plancton marino,
presentan extinciones repentinas en este límite. También se produjeron
perturbaciones importantes, a corto plazo, en las plantas terrestres. Justo
encima de la "huella de iridio", en numerosos cortes geológicos de
roca aparece una "huella de helechos". Según las interpretaciones,
esto demuestra la desaparición de las plantas angiospermas normales (flores y
árboles), seguida por una difusión inicial de los helechos, y a
continuación la recuperación de las angiospermas, algunos años después.
Esto es exactamente lo que ocurre después de las grandes erupciones
volcánicas, y se dice que la "huella de helechos" entre el
Cretácico y el Terciario demuestra la existencia de un manto global de polvo
estéril, tras el impacto del asteroide, y posteriormente la germinación
gradual de las esporas y las semillas enterradas.
Una prueba más del
impacto consiste en la existencia de esférulas cristalinas
("canicas" diminutas) en relación con las arcillas ricas en iridio.
Se supone que son consecuencia de la fundición de los materiales de impacto.
Un tipo de prueba similar son los granos de "cuarzo golpeado", que
presentan dos o más grupos de líneas paralelas que atraviesan los granos
laminados cuando se los examina al microscopio; en apariencia, estos rasgos de
tensión sólo se pueden producir por impacto.
Los geólogos y los
paleontólogos gradualistas afirman que muchas de estas características
podrían haber sido causadas por erupciones volcánicas a gran escala.
Señalan las capas gruesas de lava de una antigüedad aproximada a la
adecuada, en la región de Decán, en India, como una fuente posible de las
nubes de polvo, iridio, esférulas cristalinas y cuarzo golpeado en todo el
mundo.
El inconveniente
principal del argumento del impacto es que no coincide con los hechos
biológicos, de diversas maneras. En primer lugar, la vida no desapareció de
forma instantánea en todo el mundo, por lo que sabemos. De hecho, la mayoría
de los grupos vegetales y animales atravesaron el límite entre el Cretácico
y el Terciario sin sufrir ningún cambio. En segundo lugar, la mayoría de los
grupos que se extinguieron lo hicieron de forma gradual, a largo plazo. Los
inicios de estas extinciones de ésta época se sitúan hasta treinta millones
de años antes, para algunos grupos marinos, aunque sigue habiendo pruebas
inequívocas e la decadencia de los dinosaurios. En tercer lugar, los
"modelos a muerte" después del impacto no resultan aceptables,
desde un punto de vista biológico y no coinciden con las pruebas. Se ha
sugerido que el asteroide levantó una vasta nube de polvo que ocultó el Sol;
o provocó el calentamiento excesivo de la Tierra cuando ingresó en la
atmósfera; o la exposición que produjo el impacto liberó en la atmósfera
arsénico u osmio venenosos; o el asteroide aterrizó en el mar y provocó una
inmensa marejada (tsunamis) que recorrió el mundo, destruyendo toda la vida
que se desarrollaba al nivel de la tierra, con sus frentes de olas de treinta
metros. Algunos sedimentos próximos al límite entre el Cretácico y el
Terciario presentan, sin duda, las huellas de los tsunamis, pero parece
increíble que así hayan desaparecido los dinosaurios y los pterosaurios, y
sin embargo hayan sobrevivido los lagartos, las tortugas, los cocodrilos y la
mayoría de los mamíferos.