Pachycephalosaurus
Pachycephalosaurus:
Significa reptil de cabeza engrosada. Era el mayor de los dinosaurios de cabeza
dura y el último que se extinguió. El mayor encontrado hasta ahora
encajaría perfectamente ente dos postes de una portería de rugby. Tenía los
ojos del tamaño de pelotas de tenis, situados en los lados de la cabeza,
bastante arriba. De este modo, el animal podía mirar en todas direcciones con
facilidad, lo cual representaba, junto con su agudo olfato, una ventaja en un
mundo en el que los dinosaurios se devoraban unos a otros. Las víctimas eran
sobre todo los herbívoros como este dinosaurio. Poseía una cabeza muy
peculiar. Era abombada y tenía un bulto muy elevado, no porque el animal
tuviera el cerebro muy grande, sino porque el cráneo alcanzaba los 25
centímetros de grosor: tanto como 5 ladrillos. El cráneo era menos grueso en
las hembras y en las crías, y también una especie de símbolo de posición
con el que los machos luchaban entre sí. Alrededor de la cúpula del cráneo,
tenía un reborde de protuberancias óseas redondeadas, parecido a una corona
de guijarros, que servían más para impresionar que para embestir. Algunos
expertos creen que durante la estación de apareamiento, a los machos les
saldrían manchas de vivos colores en la cara como señal de advertencia para
otros machos del rebaño. Tenía un hocico largo y puntiagudo rematado por un
pico curvo. Por encima del pico sobresalía un racimo de fuertes y afiladas
púas que podían herir dolorosamente a cualquier depredador lo bastante audaz
como para atacar a este animal tan alto como dos osos y largo como un autobús
de 25 plazas. Para embestir, adquiría la postura típica, cola en horizontal,
lomo recto y cráneo hacia delante, de forma que al chocar las dos cabezas no
se fracturara ningún hueso. Es probable que utilizara las púas del hocico
inmediatamente después de embestir a un rival a cabezazos, con bruscos
movimientos del cráneo de abajo arriba para ensartar al dinosaurio aturdido.
La bóveda ósea también le servía para defenderse de los depredadores, a
los que podía haberles roto algún hueso. Vivía en rebaños, como las vacas
actuales. Su dieta consistía en platas, frutas, semillas y posiblemente
insectos. Cuando caminaba y pasaba, empleando sus dientes de sierra para
desgarrar hojas y brotes, arrastraba su larga cola puntiaguda tras de sí,
pero cuando bajaba la cabeza para embestir a otro macho o golpear a un
atacante, mantenía la cola rígida en posición horizontal. La cola estaba
compuesta por 20 huesos pequeños y quizá tuviera la flexibilidad necesaria
como para azotar a su atacante, como un potente látigo. Tenía las patas
delanteras cortas y rollizas, con cinco dedos cada una, que utilizaba para
arrancar hojas de los árboles o tirar ramas y acercárselas a la boca. Cada
dedo terminaba en una garra muy afilada, que quizá ayudara al animal a
defenderse, o tal vez a trepar por las escarpadas laderas montañosas
aisladas, donde vivía, como las cabras montesas actuales. Unas largas y
gruesas patas traseras soportaban su enrome cuerpo. Eran muy musculosas, y
permitían al animal huir a gran velocidad de los peligrosos carnívoros, y
también embestir a un macho rival en sus duelos a cabezazos. Tenía cuatro
dedos en cada pata trasera, tres de ellos largos y con fuertes y anchas
garras. El cuarto dedo era mucho más corto y le ayudaba a mantener el
equilibrio. Medía unos 8 metros de largo, desde la punta del hocico hasta el
extremo de la cola. Vivió hace 70 millones de años, en el Cretácico
superior, en Norteamérica.