Space Quest I
Procedo de una lejana galaxia llamada Earnon, a miles de
años-luz de vuestro sistema solar. Tras muchos siglos de prosperidad, las cosas
comenzaron a torcerse. No fue sólo por la corrupción del gobierno -algo frecuente
también en vuestro mundo, según tengo entendido-, además, la estrella que proporcionaba
luz y calor a Xenon había comenzado a extinguirse.
Para impedir que la vida desapareciera, nuestros
científicos diseñaron y construyeron un aparato llamado "Generador de
Estrellas". Con él, pretendían convertir un planeta muerto en un sol que devolviera
la esperanza a Xenon. El generador fue embarcado en el laboratorio espacial Arcada y
enviado en misión experimental para realizar pruebas sobre su eficacia.
Aunque parezca mentira, lo cierto es que el generador
demostró funcionar perfectamente y el Arcada decidió poner rumbo a Xenon para utilizarlo
con el último de los planetas de su sistema. Desgraciadamente, una raza de piratas
espaciales, conocida como Sariens, antiguos habitantes de Earnon que fueron expulsados de
la galaxia por sus belicosas costumbres, interceptaron el mensaje que el Arcada había
enviado para anunciar su regreso.
Yo era uno de los tripulantes -no precisamente el
comandante jefe sino más bien uno de los conserjes- y tuve la feliz ocurrencia de
quedarme dormido en el cuarto de las escobas. Digo feliz porque cuando, despertado
bruscamente por un terrible estruendo, abandoné el cuarto para salir al pasillo, me
encontré con varios compañeros muertos y los paneles de alarma en señal de alerta roja.
Había comenzado una cuenta atrás de quince minutos antes de la autodestrucción de la
nave. Durante mi sueño, durante un sueño que me salvó de la muerte, una de las naves de
guerra de los Sariens, el Deltaur, había atrapado al Arcada y ahora la nave estaba bajo
el control de los piratas.
LA HUIDA DEL ARCADA
Dejando atrás mi cómodo escondite, caminé hacia la
izquierda cruzando una gran sala, hasta que encontré un compañero muerto que tenía en
su poder una tarjeta-llave que, evidentemente, ya no necesitaba. Varias veces fui alertado
por un ruido de pisadas y en cada una de esas ocasiones me dirigí al ascensor más
próximo para no ser observado por los soldados Sariens. En el piso inferior, se
encontraba la puerta que conducía al Generador de Estrellas. Los piratas habían matado a
los dos ingenieros que lo custodiaban y lo habían trasladado a su nave, dejando
únicamente detrás de ellos una especie de imán.
Regresé a la gran sala que había cruzado antes un hombre,
que enseguida reconocí como uno de los científicos del proyecto del generador. Este
abrió la puerta opuesta y cruzó tambaleándose la habitación hasta desplomarse. Corrí
hacia él y comprobé que un disparo láser le había perforado el vientre. Nada podía
hacer por salvarlo, pero, antes de expirar, el desdichado elevó la vista hacia las
estanterías llenas de cartuchos de datos y murmuró el título de uno de ellos.
Sentado en la consola del terminal de control, tecleé los
cuatro códigos que correspondían al título que acababa de escuchar, siguiendo la tabla
de traducción que siempre llevo conmigo. Un obediente robot recogió el cartucho en
cuestión desde las estanterías y me lo entregó.
Volví a las proximidades de la puerta que conducía a la
habitación del generador, pero esta vez continué caminando hacia la derecha y, pasando
por debajo de la sala del terminal, alcancé un nuevo ascensor que me condujo al nivel
inferior del Arcada. La primera sala no parecía contener nada interesante. Pero, poco
después de poner los pies en la segunda, un rumor de pasos me hizo comprender que esta
vez no tendría tiempo para cruzar la sala antes de ser sorprendido por los Sariens.
Entonces, decidí esconderme rápidamente detrás de una extraña estatua, que luego
reconocí como la reproducción a gran tamaño de un ratón de los que utilizáis en
vuestro mundo para controlar los ordenadores. Una patrulla de soldados Sariens entró en
la sala, pero volvió a marcharse al no encontrar nada extraño.
Abandoné rápidamente la habitación y en la próxima
activé los controles de apertura de las puertas del hangar. Introduje la tarjeta-llave
para abrir la puerta de un nuevo ascensor.
Me encontraba en la antecámara de acceso al hangar, donde
la pulsación de cierto botón reveló la presencia de un cajón con un extraño aparato
en su interior. Me puse el traje espacial que encontré en un armario, abrí la puerta de
acceso y me introduje rápidamente en la cápsula de salvamento. Tras abrocharme el
cinturón de seguridad, pulsé el interruptor situado más a la derecha para poner en
marcha los motores y empujé hacia atrás la palanca principal. Cruzando sin problemas las
puertas abiertas del hangar, la pequeña cápsula abandonó el moribundo laboratorio
espacial.
¡Justo a tiempo! A los pocos segundos de alcanzar el
espacio abierto, la nave de los piratas liberó al Arcada, la cuenta atrás de
autodestrucción llegó a cero y el laboratorio espacial desapareció tras una terrible
explosión. Yo estaba a salvo, pero los Sariens tenían en su poder el Generador de
Estrellas y podían utilizarlo con fines de destrucción, unos fines muy diferentes a
aquellos para los que fue diseñado.
EL PLANETA DE ARENA
Me quedaban dos botones por pulsar, de modo que me decidí
por el de la izquierda y, repentinamente, la computadora de navegación construyó una
imagen holográfica de un planeta para mí desconocido. Antes de alcanzar la velocidad de
la luz y entrar en ruta automática hacia ese planeta, pude leer su nombre en la pantalla:
Kerona. Lamentablemente, el aterrizaje estuvo lejos de poder calificarse como perfecto.
Los instrumentos quedaron completamente inutilizados y la cabina casi destrozada, así que
me desabroché el cinturón y abandoné la cápsula destruida. Me encontraba rodeado por
arena, en un inmenso desierto sin rastro de vida civilizada. Antes de abandonar
definitivamente la nave, cosa que hice hacia la derecha lo más cerca posible del borde
superior, recogí un trozo de cristal de la cabina y un maletín de salvamento que
contenía un cuchillo multiuso y un frasco de agua deshidratada.
Me encontraba junto a los restos de lo que debió ser un
gigantesco reptil. Recogí unas extrañas flores pegajosas y caminé hacia la derecha
hasta las proximidades de lo que parecía ser el cráneo del enorme animal. Una
inexplicable intuición me llevó a detenerme durante unos segundos. Estaba casi seguro de
que algo iba a suceder. En efecto, ante mis ojos se materializó una esfera metálica de
la que se desplegaron unas patas: era una mortífera araña robot, enviada por los Sariens
con el único propósito de destruirme.
Enloquecido por el terror, me introduje en el hueco que
parecía abrirse en el interior del gigantesco cráneo y llegué a una cueva en la que un
extraño monstruo me miraba amenazante. En algo parecido a un instante de iluminación,
decidí esconderme detrás de unas rocas junto a la entrada de la cueva y contemplé,
atónito, el inesperado espectáculo. La araña robot, atraída por la presencia de vida,
se lanzó contra el monstruo y explotó junto a él. ¡Había matado dos pájaros de un
tiro! Después de recoger un hueso, único resto del monstruo, salí de nuevo al exterior
y, atraído por un signo en lo alto del enorme esqueleto, decidí llegar hasta él
recorriendo toda la longitud del mismo. Comencé por el extremo opuesto, pero poco antes
de alcanzarlo, un agujero se abrió bajo mis pies y me vi cayendo por un largo túnel
artificial.
LAS CAVERNAS DE KERONA
Tras reponerme de la terrible caída, observé que me
encontraba en una caverna subterránea, junto al extraño ascensor que me había traído
hasta allí, extraño porque succionaba en lugar de elevar. Arranqué una estalagmita y
caminé hacia la izquierda. Nada más acercarme a una reja metálica, retrocedí
despavorido para evitar que una extraña criatura de largos tentáculos me atrapara.
Cuando me encontraba a una distancia más que aceptable, lancé hacia ella las flores
pegajosas. La criatura fue víctima de su curiosidad, sus tentáculos quedaron pegados a
las flores como moscas a la miel, y yo pude continuar mi camino sin ningún peligro.
Una puerta hexagonal cerrada era un nuevo signo de vida
inteligente, que pude superar fácilmente colocando la estalagmita en un pequeño géiser
situado a su izquierda. Dejando atrás un charco de ácido, alcancé una barrera de rayos
entre dos pequeños monolitos, que inutilicé al colocar el trozo de cristal en el centro
de los rayos. Estos se reflejaron en el cristal y acabaron por destruir los pilares de los
que surgían.
Ahora, el camino era en sentido contrario, pero tuve que
calcular con la máxima precisión mis pasos para evitar ser alcanzado por las gotas de
ácido que habían dejado unas claras marcas en el suelo. Examinando mi inventario,
observé que el objeto que había encontrado en un cajón del Arcada era un traductor
simultáneo y decidí activarlo antes de abandonar la cueva.
Una sala, al principio oscura, se iluminó súbitamente con
la aparición de una gigantesca imagen. Hablando en un idioma para mí desconocido, que
pude entender gracias al traductor, la imagen me explicó que sabía la necesidad que
tenía de encontrar un vehículo para salir del planeta. Estaba dispuesta a ayudarme si
yo, a cambio, destruía a un peligroso monstruo de la superficie llamado Orat y le traía
una prueba de su muerte. La casualidad estaba, una vez más, de mi parte. Tras dejar caer
el hueso, que recogí en la cueva, la sala se llenó de la luz procedente de una puerta
que me apresuré a cruzar.
Me encontraba en una curiosa habitación ocupada, en su
mayor parte, por un mecanismo generador de energía. Una criatura de cuatro brazos me
explicó que pertenecía a una raza pacífica de Kerona. Me ofreció un rastreador con el
que podría atravesar el desierto hasta Ulence Flats, un lugar habitado donde conseguir un
vehículo que me permitiera abandonar el planeta.
Antes de marcharme, introduje el cartucho de datos en un
ordenador. En él, descubrí un mensaje de los ingenieros del proyecto. Estos explicaban
que el cartucho contenía toda la información necesaria para construir un nuevo Generador
de Estrellas y añadía un código de cuatro cifras, que me apresuré a anotar. Recogí de
nuevo el cartucho, me puse a los mandos del rastreador y a los pocos minutos ya estaba en
mi destino.
NEGOCIOS EN EL DESIERTO
Ulence Flats era una especie de oasis en medio del desierto
y el rastreador agotó su energía justo pocos metros antes de alcanzar un bar. Al
descender del aparato, un tipo con aspecto bastante sospechoso examinó con atención el
rastreador y se ofreció a comprármelo a cambio de 25 buckazoids. Pero, yo decidí
declinar amablemente la oferta. Retiré las llaves del aparato para evitar disgustos y me
dirigí hacia la derecha, donde encontré un buen número de buckazoids en un montón de
basura.
De regreso a la puerta del bar, el desconocido volvió a
insistir, pero esta vez su oferta fue mucho más generosa: treinta buckazoids y un jetpack
usado. Después de cerrar el trato y darle las llaves, este individuo me entregó,
además, un cupón de descuento para la tienda de robots y otro cupón que podría cambiar
en el bar por cinco buckazoids y una jarra de cerveza.
Era el momento de bajar al bar, donde me encontré con una
variopinta fauna intergaláctica que no parecía, en absoluto, amistosa. Me acerqué a la
barra y entregué el cupón al camarero, recibiendo a cambio el dinero y la cerveza.
Después de dos cervezas más, que tuve que pagar de mi bolsillo, escuché una
conversación entre dos alienígenas que atrajo rápidamente mi atención. En ella,
hablaban de la explosión de un planeta, algo que reconocí al instante como obra del
Generador de Estrellas, y señalaban las dos letras identificativas del sector en el que
tuvo lugar el fenómeno. No cabía ninguna duda: el Deltaur, la nave de los Sariens, se
encontraba en ese sector haciendo pruebas con el generador.
Un rayo fulminó a la criatura que jugaba con la máquina
tragaperras y decidí ocupar su lugar. Aún sabiendo que la combinación de tres calaveras
me haría correr la misma suerte, probé fortuna hasta conseguir unos 250 buckazoids. Una
vez fuera, decidí ignorar la oferta de un sujeto de pésimo aspecto imaginando, con toda
la razón, que se trataba de una trampa.
En la tienda de vehículos usados, un vendedor con aspecto
de escarabajo intentó colocarme una nave de pinta sospechosa. Por tanto, yo mostré mi
interés no por ella, sino por otra mucho más interesante situada algo más al norte. Su
precio era de 214 buckazoids y, dado que el vendedor no estaba dispuesto a regatear
conmigo, decidí pagarle la suma que me pedía.
No podía embarcar aún, pues necesitaba un androide
navegante, así que me dirigí a la tienda de robots usados y entregué el cupón al
vendedor para obtener un 20% de descuento. Localicé en la pantalla el que necesitaba, un
NAV-201, y lo recogí en el almacén. Ahora, nada me impedía ponerme a los mandos de mi
flamante nave, acoplar el androide y escapar de Kerona.
EN LA NAVE DE LOS SARIENS
Una vez en el espacio, el robot me preguntó el lugar al
que deseaba viajar, de modo que localicé, en mi manual de bolsillo, el código de cuatro
símbolos correspondiente al sector del que había oído hablar en el bar. Unos segundos
de viaje a la velocidad de la luz me trasladaron a las inmediaciones del Deltaur, la nave
de los Sariens donde se encontraba el Generador de Estrellas.
El autómata se ofreció a escapar antes de que fuéramos
observados por la nave, pero opté por encarar el peligro de frente. Salí de la cabina y
el jetpack me permitió alcanzar la gigantesca nave enemiga. Un interruptor, situado sobre
la cubierta, me ayudó a abrir una compuerta e infiltrarme en el interior del Deltaur. Sin
apenas darme cuenta, me había metido en la verdadera boca del lobo.
Me quité rápidamente el jetpack, que acababa de averiarse
definitivamente y había empezado a echar humo y, alertado por un rumor que escuché
detrás de la puerta, decidí esconderme junto a ella. A los pocos segundos, un androide
de limpieza abrió la puerta y entró en la sala para recoger los restos del jetpack,
momento que aproveché para abandonar la habitación y cerrar la puerta a mis espaldas.
La siguiente sala estaba ocupada, en su mayor parte, por lo
que parecían dos enormes cajas fuertes. Empujé un cajón para poder alcanzar una rejilla
de ventilación y me introduje por ella, tras abrirla con el cuchillo. Una vez en las
tuberías, me arrastré hacia adelante y tomé la primera bifurcación a la derecha hasta
alcanzar una nueva rejilla que logré abrir casi sin esfuerzo.
En la nueva habitación, me llamó la atención una especie
de gigantesco microondas. Abrí su puerta y me introduje en él, momento en el que un
oficial Sarien entró en el cuarto, se quitó la ropa, la metió en la máquina y la puso
en marcha. Lo que parecía un microondas era en realidad una moderna lavadora que comenzó
a dar vueltas conmigo en el interior. Cuando finalmente se detuvo -afortunadamente antes
del centrifugado-, me dí cuenta de que había intercambiado mis ropas por las del oficial
Sarien. Nuevamente, la casualidad estaba de mi lado. Después de recoger el cartucho de
datos, lo único que quedaba en los bolsillos de mi antiguo traje, y la tarjeta de
identificación del oficial, abandoné la sala confiando en que mi disfraz me permitiera
circular por la nave sin ser molestado.
Pronto comprobé que el oficial al que había tomado
prestado el uniforme debía ser de muy alta graduación, ya que todos los Sariens que se
cruzaban conmigo me saludaban con respeto. Llegué a una sala con dos ascensores y tomé
el de la izquierda. Caminé en esa dirección, entré en un nuevo ascensor y me dirigí
hacia la derecha hasta que pasé por encima de una sala, donde un impresionante guerrero
Sarien custodiaba el Generador de Estrellas. Debía acabar con el generador para impedir
que los piratas espaciales lo convirtieran en un arma de destrucción. Pero, de momento,
tenía las manos prácticamente vacías.
La próxima habitación era la armería, controlada por un
robot parlanchín que solicitó mi tarjeta de identificación para saber cuál era el arma
que me correspondía. Aproveché rápidamente su ausencia para coger una de las dos
granadas que había sobre un mostrador y regresé a mi lugar antes de que el autómata
volviera trayendo consigo una original pistola de rayos.
Desde lo alto de la sala del generador, lancé la granada
contra el guerrero y lo dejé fuera de combate. Entonces, decidí volver sobre mis pasos
para alcanzar la parte inferior de la sala. Sin embargo, un estúpido accidente y la
extrema eficiencia de un androide de limpieza me hicieron perder el casco de mi uniforme.
En estos momentos, me encontraba totalmente a merced de mis enemigos y tendría que luchar
contra cualquier Sarien que se cruzara en mi camino.
Abriéndome paso con dificultad, llegué finalmente a la
sala del generador. El guerrero tendido en el suelo tenía en su poder el control remoto
del campo de energía que lo protegía, de forma que activé el control y conseguí hacer
desaparecer la barrera. Me acerqué al generador y, utilizando un teclado numérico,
introduje el código de cuatro cifras que había apuntado después de visualizar el
contenido del cartucho de datos.
Otra vez una cuenta atrás, esta vez de cinco minutos,
marcaba el tiempo que quedaba hasta la autodestrucción del generador.
Regresé hasta el ascensor que me había traído a este
nivel, acabé con el Sarien que custodiaba el acceso al elevador de la derecha y alcancé
el hangar de salvamento del Deltaur. Ante mis ojos una pequeña cápsula apareció como la
única posibilidad de salvación, de modo que me puse a sus mandos sin perder un instante.
A los pocos minutos de alcanzar de nuevo el negro y
acogedor espacio, la nave de los Sariens, con el Generador de Estrellas en su interior,
hizo explosión. Se destruyó, con ella, la posibilidad de que los piratas utilizaran el
poder del generador con fines belicosos. En mi bolsillo, tenía un pequeño cartucho con
el que los científicos de Xenon podrían construir un nuevo aparato que trajera la
esperanza a mi planeta.
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