The Secret of Monkey Island
EL DIARIO SECRETO DE GUYBRUSH THREEPWOOD
Yo era muy joven cuando me enamoré del mar. La mayor
ilusión de mi infancia era convertirme en pirata. Y lo logré, vaya si lo logré. Aunque
ahora me veáis viejo y achacoso, fui en tiempos un jovial muchacho que un día de bruma
desembarcó en la lejana isla de Meleè con sólamente un hatillo en el que guardaba mis
pocas pertenencias. Llegaba dispuesto a comerme el mundo. Ya nadie lo recuerda, pero yo
descubrí el "Secreto de la Isla de los Monos". Ahora voy a compartirlo con
todos los que tengan el valor necesario para continuar leyendo la historia de mi vida.
El vigía de Meleè se reía de mí mientras le contaba mis
intenciones de convertirme en pirata, pero aún así me dio toda la información que
necesitaba. Me dirigí a la taberna a entrevistarme con los tres jefes de la isla. Entre
bromas y grog, una bebida extremadamente fuerte que sólo los bucaneros pueden consumir,
me propusieron tres pruebas para demostrar que era todo lo valiente que se necesita ser
para capitanear un barco.
EL ARTE DE ENCONTRAR TESOROS
Lo primero que debe saber un pirata es cómo encontrar los
tesoros que sus competidores han enterrado y lo primero que debe hacer un aventurero es
conocer dónde pone los pies. Así que comencé por recorrerme la isla de arriba a abajo.
En mis correrías, encontré un profundo bosque en donde
estaba seguro me esperaba la fortuna en forma de cofre repleto de oro y piedras preciosas.
Como no tenía dinero sabía que no llegaría muy lejos, por lo que decidí buscar un poco
de calderilla antes de proseguir. Logré un puesto de trabajo en un circo de la isla, pero
antes de actuar tuve que ingeniármelas para obtener un casco, o algo que se le parecía,
un objeto imprescindible para hacer mi número.
Ya con mis bolsillos repletos, compré un plano, que me
ofrecieron en la ciudad, y una pala, que encontré en una tienda, para luego dirigirme al
bosque. Me di cuenta que el mapa del tesoro no servía para mucho, pero mi intuición me
llevó hasta un lugar donde vi una gran cruz en el suelo. Había tenido éxito en la
primera prueba. A lo vuelta, cogí un puñado de flores amarillas por si me hacían falta
para conquistar a alguna hermosa tabernera.
EL ARTE DE ROBAR
La segunda prueba me resultó bastante más complicada.
Antes de continuar, lo primero que hice fue volver al bar y aprovechar de nuevo un
descuido del cocinero para coger un pedazo de carne y algo de pescado. Quizá más tarde
tuviera hambre.
La única persona que tenía algo valioso en la isla era el
gobernador de Meleè. Así que me dirigí a su mansión. En la puerta había una jauría
de peligrosos caniches asesinos, pero conseguí evitarles con las chuletas y las flores.
En el interior de la casa encontré un curioso ídolo, pero no conseguí arrancarlo de la
base que la sujetaba. Decidí volver más tarde con una lima, pero eso sí, no me marché
con las manos vacías.
Fui a la cárcel a ver si alguno de los reos me daba alguna
pista. El único que había tras las rejas me pidió dos objetos para hacerme entrega de
la lima, oculta, como comprobé, en el interior de un apetitoso pastel.
De vuelta a la mansión, no me costó ningún trabajo robar
el ídolo. Si excluímos que el sheriff de la isla, un tal Fester Shinetop, me pilló
"in fraganti" y me arrojó al agua con una corbata un tanto especial.
De cualquier modo, el innoble Fester, no logró persuadirme
de mi deseo de ser pirata y me libré con facilidad de su castigo. Por cierto que el
gobernador no era tal, sino gobernadora y además muy, pero que muy, guapa.
LA TERCERA PRUEBA
Sólo me quedaba convertirme en un espadachín consumado.
Compré una espada y me busqué al mejor maestro de esgrima de la isla. Me aconsejó tener
una lengua afilada más que un buen florete y me puso de patitas en la calle. Eso sí,
después de cobrarme una bonita suma de dinero.
Desesperado, llegué a un lugar en el pueblo en donde una
pitonisa me leyó el futuro. Como pago, le robé un extraño pollo de goma. Continué
andando sin saber hacia donde iba, y en los caminos de Meleè comencé o coger práctica
en el arte de usar la espada. El arenque que llevaba me sirvió para franquear un paso que
conducía a dos lugares que todavía no había visitado en la isla.
Mi lengua comenzaba a ser tan afilada como mi espada y,
cuando me creí dispuesto a la batalla, fui a buscar al Maestro de la Espada de Meleè.
Nadie parecía conocer su dirección, pero mis pesquisas sirvieron para volver a ver a
Elaine Marley, la bella gobernadora y, en el muelle, nos juramos amor eterno. Me
esperaría en su casa hasta que volviese con la prueba de haber derrotado a mi adversario.
En la tienda sí parecían conocer a mi contrario, pero el
tendero no estaba dispuesto a darme la dirección, así que, con disimulo, le seguí hasta
encontrar al mejor espadachín de la isla. Mis sorpresas iban en aumento. ¡Era una mujer!
Repuesto de la sorpresa, conseguí derrotarle y llevarme sin problemas la prueba que
necesitaba.
EL RAPTO DE LA GOBERNADORA
Cuando regresé al pueblo todo parecía desierto. En el
bar, me enteré de la noticia: el malvado pirata fantasma LeChuck había raptado a mi
chica. Me costó mucho trabajo encontrar una tripulación que me ayudara a rescatarla.
Especialmente porque tuve que usar grog para sacar a uno de mis marineros de la prisión.
Luego, el mandar al tendero de nuevo a ver al maestro de la espada me procuró las
ganancias necesarias como para poder comprar un barco. Los cuatro valientes nos hicimos a
la mar dispuestos a encontrar la fabulasa Monkey Island.
En alta mar, mi tripulación se amotinó. Perdido en el
medio del océano, sin cartas marinas, sin ayuda, estuve a punto de claudicar. Pero
decidí registrar el barco a ver si encontraba algo con lo que convencer a los marineros
para que continuasen a mi lado. Conseguí un montón de extraños objetos: un tintero, una
pluma, una caja de cereales, una llave que iba como premio dentro de la susodicha caja,
una botella de vino, una cuerda, una cacerola y varios libros antiguos. Al abrir uno de
ellos apareció ante mi un olvidado diario. Resultó que el barco que había comprado ya
había visitado Monkey Island. En el texto descubrí que la forma de encontrar la isla era
realizar en una cacerola un antiguo ritual vudú.
LA LLEGADA A MONKEY ISLAND
Por desgracia, me faltaban ingredientes para el ritual,
pero los sustituí con imaginación. Mis habilidades circenses también sirvieron para
ayudarme a llegar a tierra. En la playa, encontré una barca que no me serviría de nada
si no descubría dónde guardaba los remos su propietario. Comenzaba la última parte de
mi aventura y, si yo creía que ya había pasado bastante, estaba muy lejos de imaginar lo
que me esperaba.
Monkey Island estaba habitada por tres tipos de personajes
muy distintos entre sí: Hermann Toothrot, una tribu de caníbales y, cómo no, LeChuck y
su tripulación fantasma.
Hermann estaba un poco loco, pero en su cubil guardaba un
antiguo cañón del que obtuve un puñado de pólvora y una bala. Con ella y una piedra
logré la chispa necesaria para hacer volar por los aires una presa. El resultado de la
explosión fue que conseguí una cuerda con la que bajar al lugar donde estaban los remos.
¡Cómo!, ¿había olvidado hablaros de la grieta? Lo
cierto es que lo primero que hice al llegar a la isla fue recorrerla de cabo a rabo.
Una escultura primitiva me ayudó a conseguir alimento para
un simpático mono que pululaba por allí. Dándole de comer logré que me abriera camino
para alcanzar una gigantesca estatua de mono y recuperar un pequeño ídolo en el que los
caníbales parecían interesados.
A cambio de la estatuilla obtuve un recogeplátanos, por el
que Hermann suspiraba cada vez que tenía la desgracia de encontrármelo, y un curioso
guía para los abismos donde vivía LeChuck. Conseguir que los nativos me obsequiaran con
la "cachocabezus navigantibus" fue una dura tarea, y al final sólo claudicaron
cuando les ofrecí a cambio unos folletos que aparentemente carecían de importancia. El
diálogo con ellos también me proporcionó información sobre el lugar donde el pirata
fantasma guardaba la única sustancia capaz de destruirle.
LOS ABISMOS DE MONKEY ISLAND
Fue sencillo guiarme por el laberinto con la
"cachocabezus". Pero no lo fue conseguir que ésta me diera su collar mágico
para ser invisible a los fantasmas. Lo logré con amenazas.
En el barco de LeChuck encontré enseguida la raíz.
Llevármela fue más difícil. Implicó hacer cosquillas a un durmiente para conseguir
bebida, envenenar a una rata, engrasar una puerta, usar un artilugio magnético en las
mismas barbas del malvado pirata y escuchar durante un rato a la tripulación cantar sus
terroríficas baladas de muerte y destrucción. Desde luego, no fue música angelical lo
que estuve oyendo en mi viaje al averno.
Los caníbales se mostraron impresionados con mi valor y
enseguida convirtieron la raíz en un potingue que transformaría a LeChuck en un
auténtico e inofensivo espectro.
Corrí hacia el laberinto, pero... sólo encontré a un
miembro de la tripulación. Me informó amablemente de que su capitán había vuelto a
Meleè para casarse con mi Elaine.
EL FINAL
Gracias a Hermann conseguí regresar rápidamente al punto
de partida y llegué a punto de impedir la boda. Me costó todavía una buena pelea a
puñetazo limpio conseguir que LeChuck recibiera su merecido. Pero al final lo logré.
Elaine y yo teníamos todo un futuro por delante, nos
casaríamos y tendríamos muchos piratitas y gobernadoras. Pero el destino, como casi
siempre, fue cruel y... bueno esto es otra historia. Algún otro día os la contaré.
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