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Simon the Sorcerer

Un día, los ladridos de mi perrito Chippy me obligaron a subir al desván a rescatarlo, ya que se había encerrado en un viejo baúl familiar. Entonces vi de nuevo el libro, pero lo tiré al suelo porque seguía sin saber su significado. Y fue entonces cuando todo empezó. El libro se abrió, brilló y proyectó una extraña puerta. Chippy la atravesó y yo detrás de él. Esto era el comienzo de mi aventura mágica...

Nada más atravesar la puerta me encontré en otro mundo. Sí, yo deseaba ser mago pero no pensé que ésa fuera la mejor forma. Sobre todo porque tuve que deshacerme de unos goblins que pensaban cocinarme. Seguía sin saber qué ocurría hasta que me refugié en una cabaña. Allí había una carta dirigida a mí. En ella, un mago llamado Calypso me contaba que yo había sido elegido entre muchos candidatos para rescatarle de las garras de un diabólico hechicero llamado Sordid. También me decía que el libro que encontré en mi cumpleaños, y que acababa de perder en mi huida, era su libro de hechizos, y que podría utilizarlo si me convertía en hechicero. Me recomendaba visitar a unos magos que se reunían en la taberna local, ya que ellos me dirían cómo llegar a ser uno más. Bueno, al menos ya sabía lo que tenía que hacer, pero estaba seguro de que no iba a ser fácil.

UN PUEBLO ALGO EXTRAÑO

Miré a mi alrededor. En un cajón de un escritorio encontré unas tijeras, y en la puerta de un frigorífico, un gran imán. Salí de la cabaña para buscar la taberna y me tropecé con la herrería. Junto a un barril había una cuerda y, sobre una mesa, un badajo de campana. Lo siguiente que hallé fue un moro vendiendo artículos sospechosos. Continué por la derecha (junto a una estatua ¡sin graffiti!) y pasé junto a una tienda regentada por un ser de dos cabezas en la que no compré nada. Más a la derecha estaba la taberna, y al fondo reunidos los magos.

Hablé con ellos, para convencerles de que yo sabía quiénes eran, porque el puntero del ratón lo indicaba. Pues bien, después de mucho insistir en que quería ser como ellos, me dijeron que debía hacerles un favor: encontrar un báculo mágico con una esfera de cristal en su extremo. Según decían, había pertenecido a un nigromante llamado Nefflin, pero no sabían qué había sido de él después de su muerte. Llegaron a pensar que había sido enterrado con el cayado entre sus manos. Si conseguía encontrarlo, me convertirían en mago.

Salí del reservado y charlé con el camarero y con unas orondas guerreras, tras comentarles que yo estaba haciendo un artículo para la revista "El Guerrero Semanal". Planeaban atacar la torre donde habitaba Sordid, pero necesitaban localizar al druida. También encontré una caja de cerillas encima de la obligada máquina tragaperras. Salí de la taberna para encontrar el báculo, pero como no tenía ni idea decidí dar una vuelta por el pueblo.

Caminando hacia la izquierda del moro encontré una escalera. La cogí y entré en una casa, aparentemente abandonada, que había al lado. El fuego de la chimenea estaba encendido, fisgué un poco y cogí un remedio para el resfriado de elefantes y un frasco vacío. Siguiendo hacia la izquierda, tropecé con una casa con una puerta de chocolate. Intenté comérmela, pero fue inútil. Y caminando llegué de nuevo a la tienda y luego hacia la izquierda, adentrándome en un espeso bosque.

UN BOSQUE MUY ANIMADO

Caminé hacia la derecha donde encontré a un bárbaro sollozando debido a una espina que se había clavado en su pie. Se la saqué, y me dio un silbato como recompensa. También me dijo que si alguna vez tenía problemas, soplara el silbato y vendría a ayudarme.

Empezaba a darme cuenta de que aquel bosque estaba lleno de sorpresas. Sobre todo cuando me topé con un músico. Él no era el único habitante del bosque; un poco más arriba charlé con Von Jones, un paleontólogo que estaba buscando fósiles. Le prometí que si encontraba alguno, se lo haría saber.

A la derecha del agujero de Von Jones, estaba la cueva de los enanos. Pensé visitarles, pero sólo podían entrar los enanos. Les dije que lo era, pero me replicaron que no existía enano sin barba. Seguí mi camino por el bosque.

Un poco más a la derecha, hablé con un leñador que no podía cortar los árboles porque estaban encantados. Le propuse utilizar un hacha mágica, pero me dijo que la única forma de conseguirla era encontrar un metal llamado Milrith. Le dije que podía ayudarle si me dejaba el detector de metales que le habían dado los enanos. Le pareció bien, así que cogí el detector y continué. Llegué hasta la cueva de los enanos y me dirigí al nordeste. Allí estaba la entrada de otra cueva que no dudé en atravesar. Dentro, encontré una casa construida en un árbol. Llamé a la puerta y me abrió un extraño ser que también estaba triste. Era su cumpleaños y nadie había ido a visitarlo. Me apiadé de él y me senté en su mesa a comer un asqueroso guisado de pantano. Después del segundo plato decidí que ya era demasiado y, aprovechando que mi nuevo amigo se había dado la vuelta, deposité el contenido del plato en el frasco vacío que tenía. Él quiso servirme más, pero se le había agotado el suministro, así que me dijo que saldría a buscar nuevos ingredientes. Aprovechando su ausencia, retiré el cofre que estaba junto a la mesa para descubrir la entrada de un pasadizo. Descendí por las escaleras y me encontré sobre un precario puente de madera que no pude atravesar porque una de sus tablas estaba suelta. Como no podía hacer nada para arreglarlo, salí de la casa y seguí por los pantanos. Alcancé la salida de la cueva y me encontré en medio de unas montañas nevadas repletas de estatuas petrificadas.

Me acordé del leñador y decidí utilizar el detector de metales para ver si tenía suerte. Y la tuve. El detector me arrastró hacia un lugar de la montaña donde estaba enterrado el Milrith. Pero como no podía sacarlo, dejé allí el detector y aquí paz y después gloria. Un poco más a la derecha se me acabó el camino, ya que un enorme gigante dormilón custodiaba un precipicio. Un árbol gigantesco era seguro la clave, pero no tenía nada con qué cortarlo.

UN BÚHO "SABIO"

Utilicé el mapa que me dio Calypso para llegar al centro del bosque y, andando hacia el lugar donde había encontrado al bárbaro y luego al norte y después al este, me sorprendió un búho, que pretendía ayudarme. Aparte del despiste que tenía, me dio varias pistas para el futuro de mi aventura y, además se le cayó al suelo una pluma que recogí.

Volví al lugar del bárbaro, y luego a la izquierda hasta un cruce de caminos. Escogí el sur y más tarde el este hasta oír otra extraña voz que surgía de un tronco podrido. Eran gusanos de la madera que, tras muchas discursiones, decidieron que les apetecería comer caoba. Les dije que trataría de contentarles.

Continué por la derecha y presencié otra escena familiar: un puente custodiado por un troll que se quería comer a unos cabritillos. Después de mucho discutir, el troll se puso en huelga y decidí conversar con él. Le prometí traerle un cabritillo cuando él se fijó en el silbato que me había dado el bárbaro, le dije que era un silbato mágico y él me lo arrebató del cuello y sopló. Al instante, apareció mi poderoso amigo que, ante mis órdenes arrojó al troll al río, dejando paso libre sobre el puente.

Atravesé el puente y continué por la derecha. El camino se dividió en dos, uno al norte y otro al sur. Me fui por arriba y seguí andando hasta que encontré un niño muy triste porque sus alubias mágicas no crecían. Le sugerí que las regara, y él me contestó que se quedaría vigilándolas mientras yo buscaba agua.

Seguí andando. El camino volvió a dividirse. Escogí la dirección sudeste y me detuve frente a un castillo. A su lado, había una gárgola con una campana que no sonaba, así que decidí utilizar el badajo con ella. La hice sonar y una voz me contestó desde la torre. Al segundo, quien quiera que fuese, me lanzó una enorme coleta para que subiera por ella. Después de la escalada, me encontré con lo que parecía una bella joven. Decidí "rescatarla" con un beso, y se convirtió en una criatura repulsiva que me guardé en el sombrero, por si acaso.

EN NOMBRE DE TOLKIEN

Ya que estaba allí, volví al cruce de caminos y fui al norte. Allí me fijé en unas hojas de parra que descendían hacia el río. Bajé por ellas y me topé con... ¡Gollum! Sí, el de "El Señor De Los Anillos". Bueno, en realidad se trataba de una convención de amigos de Tolkien y Gollum era alguien disfrazado. Éste me dijo que como yo había sido el último en llegar, debía aportar comida a la fiesta. Sin pensármelo le entregué el guisado que guardaba en el frasco y me dejó utilizar su caña de pescar. Decidí probar suerte y pesqué El Anillo. Y funcionaba. Me lo puse y me volví invisible. Me lo saqué del dedo y lo guardé para mejor ocasión.

Volví al lugar del bosque donde estaban los gusanos y tomé el camino sur, hasta que una casa me cerró el paso. Abrí la puerta y entré. Cuando me disponía a coger una escoba que parecía mágica, apareció una bruja que me retó a un duelo de magos. Me negué, ya que ni siquiera era un mago auténtico, y lo dejé para cuando tuviera suficiente poder.

Salí de la casa y me fijé en el pozo. Giré la manivela y conseguí un cubo lleno de agua. Le iría bien al chico de las alubias. Y la forma más rápida de llegar a él era señalar "cruce de caminos" en el mapa, y luego al este. Vertí el contenido del cubo sobre las semillas, pero según el chico, las había ahogado, así que me fui. Al rato volví y cogí del charco las semillas. Con ellas, me desplacé hasta la cabaña de Calypso. Detrás había un montón de abono. Arrojé las semillas sobre él y ¡premio!, una gran planta creció, pero no de alubias sino de melones. Cogí el melón y me desplacé hacia el bosque, donde se encontraba el "músico".

Pensé que su trombón sería útil, así que lancé el melón sobre el instrumento y, cuando el músico pensó que se le había roto, le dije que si me lo daba lo arreglaría. Y así lo hizo. Con el instrumento fui a las montañas hasta el gigante dormilón y soplé. El gigante no se inmutó, pero alargó su brazo con suficiente fuerza como para derribar el árbol que estaba al borde del precipicio y construir un puente con él.

UN DRAGÓN RESFRIADO

Avanzando por las montañas llegué a la cueva de un dragón. El animalito estaba resfriado, y cada vez que yo entraba me sacaba con sus estornudos. Yo tenía el remedio. Le lancé la medicina contra el resfriado de elefantes y surtió efecto. Volví a entrar en la cueva y cogí un extintor de incendios.

Continué hacia el este y, entre la nieve, encontré una piedra con un fósil. Antes de compartir mi hallazgo con Von Jones quise investigar por las montañas, así que seguí andando. Al final, hablé con un árbol que tenía una mancha de pintura rosa que indicaba que lo iban a cortar. Me dijo que sabía palabras mágicas, pero que sólo me las diría si le quitaba la mancha.

Antes de ayudarlo decidí enseñar el fósil al paleontólogo, que se encontraba al oeste del centro del bosque. Lo cogió, pero me dijo que no veía bien el fósil, y que yo lo extrajera de la roca. El herrero me ayudaría. Situé la piedra sobre su yunque, y de un martillazo, rompió la roca y descubrió un precioso ammonoideo. Se lo llevé a Von Jones. El paleontólogo quiso saber dónde lo había encontrado. Astutamente, le dije que lo había recogido en el lugar donde había dejado mi detector de metales. Así Von Jones me conseguiría el Milrith para el leñador.

MÁS MADERA

Así ocurrió. Volví a las montañas y vi cómo Von Jones se afanaba en encontrar más fósiles. Al lado de su nuevo agujero encontré una estupenda mena de Milrith. La cogí y se la llevé al leñador, que estaba al oeste del centro del bosque. Me dijo que era Milrith pero que necesitaba convertirlo en un hacha. De nuevo, el herrero sería mi salvación. Me dirigí al pueblo y le pregunté si podía hacer algo con aquel trozo de metal. El herrero me respondió que cualquier cosa y yo, claro, le dije que un hacha. Dicho y hecho: ya tenía el hacha lista.

Se la di al leñador. Se puso tan contento que salió pitando, dejando su casa abandonada. Por supuesto, entré. Había muchas cosas, pero sólo cogí un clavo de escalar. También me fijé en el fuego de la chimenea. Me daba mala espina, así que lo apagué con mi extintor, me metí en la chimenea y empujé el gancho de sostener los peroles. Y... ¡sorpresa!, estaba en un sótano secreto repleto de madera. Escogí caoba, pensando en mis amiguitos los gusanos.

Corrí hacia el bosque hasta el árbol podrido, y les ofrecí aquel "manjar". Les encantó, tanto como el interior de mi sombrero. Me pidieron quedarse allí una temporada y servirme de ayuda si yo la necesitaba.

Encaminé mis pasos al castillo donde "rescaté" a la princesa, situado al sudeste del cruce de caminos. Volví a subir por las coletas y llamé a los gusanos para que hicieran un agujero en las tablas sueltas del suelo. Lo malo fue que me pillaron en el centro del agujero y caí al piso inferior. Los gusanos siguieron haciendo su trabajo, pero ya me conocía el truco y me aparté para no caerme. Habían dejado un agujero frente a mí, y yo no podía esperar a ver qué había debajo. Para ello, tenía la escalera, que utilicé para descender a una especie de catacumba con féretro incluido.

POR FIN, EL BÁCULO

Abrí la tumba y ¡horror!, una momia salió a mi encuentro ¡portando el báculo mágico! Era la momia de Nefflin el nigromante. Reconozco que la primera vez me asusté, pero volví a intentarlo y, cuando la momia avanzaba hacia mí, me fijé en una venda que le colgaba por detrás. Tiré de ella, y conseguí acabar con el monstruo. Ahora el báculo era mío; ya me veía convertido en todo un señor mago.

Fui a la taberna y di el cayado a los hechiceros, pero cuál no sería mi sorpresa cuando me dijeron que tenía que pagar 30 monedas de oro para ser mago, ¡los muy buitr..! En fin, debía buscar el dinero. El único lugar donde había oro era la cueva del dragón, pero ¡cualquiera lo cogía! Tal vez los enanos me ayudaran, pero yo no tenía barba y así no me dejarían entrar en su cueva. Recordé que el búho sabio me había dicho que les encantaba la cerveza. Así, caminando por el pueblo, llegué a la casa de la puerta de chocolate.

Allí solté al ser repulsivo que llevaba en mi sombrero que, se comió la puerta, permitiéndome entrar. Dentro, cogí un sombrero antiabejas y una caja de humo. Utilicé el sombrero y el humo para ahuyentar a las abejas que estaban en el panal junto a la casa y, hurgando en él, extraje un poco de cera.

Me dirigí a la taberna y pedí un cóctel al camarero. Aproveché que éste se agachó para taponar con la cera el grifo de uno de los barriles de cerveza del fondo. El truco surtió efecto, ya que el camarero tuvo que retirar el barril "defectuoso". Además me obsequió con un folleto en el que iba incluido un cupón para conseguir una cerveza gratis. Me disponía a salir y coger el barril, cuando me fijé en un enano que estaba durmiendo sobre una mesa. Se me encendió una lucecita y utilicé mis tijeras para cortarle la barba. Ya tenía una barba y cerveza. Los enanos me ayudarían.

CON LOS ENANOS DEL BOSQUE

Usé el mapa para llegar al centro del bosque. Me puse la barba y entré en la cueva de los enanos. Cuando ya me veía dentro, me pidieron una contraseña. Salí de la cueva cabizbajo y cogí una roca junto a la entrada. En ella se podía leer "cerveza". Era sin duda la contraseña. Volví a entrar y pronuncié la palabra.

Ya estaba dentro, pero un guarda no me dejaba avanzar. Le mostré mi barril de cerveza. La cosa resultó y el guarda me guió hasta otra estancia donde él y un amigo decidieron beber hasta reventar. Aproveché el momento para escaparme y bajar a la cueva.

Llegué a otra habitación donde un montón de enanos trabajaban. Encontré sobre un puentecillo un gancho con una cuerda y me los guardé. Me fijé también en una puerta de oro cerrada. Pregunté al que parecía el jefe de la "obra" hacia dónde daba la puerta. Me respondió que a la sala del tesoro, donde guardaban todas sus gemas. También le pregunté dónde podía conseguir la llave y él, que no parecía muy listo, me dijo que el encargado de la llave estaría borracho en la sala de la cerveza. Efectivamente, en esa sala, y durmiendo la mona, había un enano. Utilicé la pluma que tenía en mi sombrero para hacerle cosquillas. El enano se movió y dejó al descubierto la llave. La cogí y la utilicé en la puerta de oro.

Entré en la sala de las gemas, pero un enano furioso salió a mi encuentro. Le dije que había venido para hacerle una oferta. Le entregué el cupón de la cerveza gratis y él, a cambio, me dio una gema. Mi problema seguía siendo el vil metal, así que me dirigí a la cueva del dragón a ver si podía hacerme con algunas monedas de oro.

¡AL FIN MAGO!

Estaba claro que no podía pasar sobre el dragón, pero antes de entrar, usé el gancho para subir a una roca sobre la cueva. Una vez arriba, até el imán a la cuerda del herrero y la deslicé por el agujero que daba a la morada del dragón. Conseguí 8 monedas de oro. Pero como no eran suficientes, repetí la operación una y otra vez, hasta que se acabó el chollo. Había conseguido 24 monedas, pero aún me faltaban.

Pensé en el moro y decidí ofrecerle la gema que me habían dado los enanos. Empezamos a regatear y al final conseguí sacarle 20 monedas de oro. Ya tenía el dinero, así que entré en la taberna y busqué a los hechiceros.

Les di el dinero y me nombraron mago, ofreciéndome además una cartera llena de guarrería. Les pregunté quién era Sordid, y me dijeron que antes había sido un mago bueno, pero que luego empezó a romper las reglas y que al final había sido expulsado.

Él era sin duda el raptor de Calypso y yo debía rescatarle, pero necesitaba el libro de magia que había perdido en la huida de los goblins. Pensando cómo recuperarlo, caminé por el bosque hasta llegar a la cueva de los enanos y luego me dirigí al noroeste. Había llegado a lo que parecía un enorme castillo goblin. Inspeccionando el terreno, recogí un papel bajo una piedra. Lo leí y me di cuenta de que era una lista de compra realizada por los goblins. La llevé a la tienda del pueblo y se la entregué al tendero de dos cabezas.

Al principio no quiso atenderme pero logré convencerle. Dejaría el pedido junto a su tienda. Ya que estaba allí, decidí hacer algunas compras. Lo primero, el quitamanchas para el árbol, y luego, se me antojó comprar un martillo con clavo gratis incluido. Me fui a dar una vuelta y, al rato regresé. El pedido estaba preparado en una gran caja. La abrí y me metí dentro. Al cabo de un tiempo, me encontré dentro del castillo goblin. Lo primero que hice fue ponerme el anillo mágico, por si acaso. Luego me di cuenta de que estaba encerrado en un almacén. Examinando las cajas de mi alrededor, encontré mi libro de hechizos.

EN EL CASTILLO DE LOS GOBLINS

Ahora tenía que pensar cómo salir del almacén. Echando un vistazo al libro de hechizos, descubrí un papel que deslicé bajo la puerta. Luego busqué por el suelo y encontré un hueso de rata que metí por la cerradura para hacer caer sobre el papel la llave que estaba al otro lado (el viejo truco). Salí de aquel apestoso cuarto y me encontré en pleno castillo de los goblins. Gracias al anillo mágico, pasé desapercibido ante un guerrero y, junto a él, cogí un cubo con un agujero en su interior.

Descendí por unas escaleras y me encontré en unas mazmorras. Allí estaba el druida del que me habían hablado las guerreras. Tras quitarme el anillo le dije que había venido a rescatarle. Él a su vez me contó que podía transformarse en rana si veía una luna llena. Eso podía ser una forma de escapar, pero ¿dónde iba yo a encontrar una luna llena?

Investigué un poco y encontré un paquete de caramelos, además de una barra de hierro incandescente. De repente se me ocurrió una idea, y coloqué el cubo en la cabeza del druida. Acto seguido, lo iluminé con la barra de hierro al rojo; el druida, creyó ver una luna llena por el agujero del cubo, se convirtió en rana y salió saltando entre los barrotes. Intenté usar el anillo mágico, pero se había quedado sin pilas, justo cuando empezaba a oír unos goblins que se acercaban. Abrí un aparato de tortura llamado "la dama de hierro" y me escondí. Los goblins no me descubrieron, pero pasé varios días dentro del aparato, hasta que la rana volvió con una sierra de metal. La usé para serrar los barrotes y escapar del castillo.

Lo primero que hice después fue visitar al druida. Su casa era la que tenía una rueda de carro. Allí estaba, pero seguía teniendo problemas con sus transformaciones en rana. Me dijo que me daría una pócima especial si le traía una planta llamada "frogsbane" de la isla de la calavera. Buscando la isla, dirigí mis pasos a la casa del ser que me había dado aquel horrendo asado. Como yo recordaba, estaba al nordeste del centro del bosque, dentro de la cueva. Bajé por la escalera hacia la ciénaga y reparé el puente con el martillo y el clavo. Seguí andando y encontré la isla con la planta. La corté, y se la llevé al druida-rana quien me proporcionó la preciada pócima.

Pero se me olvidaba alguien. ¡Claro!, el árbol con la mancha. Corrí a las montañas y le limpié la mancha rosa. Él me dijo las palabras mágicas: alakazam, hocus pocus, abracadabra y sausages. Al principio me sentí engañado, pero luego comprendí su significado.

Con el libro de hechizos, siendo mago, y sabiendo alguna palabra mágica desafié a la bruja. Entré en la casa y empezó el duelo. Se trataba de decir palabras mágicas. Utilizando las que me dijo el árbol le vencí. Cuando ya había recogido mi premio (la escoba), la bruja se convirtió en dragón, bloqueando la salida. Entonces me convertí en ratón pronunciando "abracadabra" y escapé por un pequeño agujero.

LA TORRE OSCURA

Con la escoba en mi poder, fui a las montañas con el fin de descubrir la morada del pérfido Sordid. Caminando hacia el este desde la cueva del dragón, utilicé el clavo de escalar junto con otros que conformaban una especie de escalera y ascendí por la montaña. Llegué a un puente guardado por un muñeco de nieve. Como soy un chico de recursos, me comí un caramelo y mi aliento derritió al muñequito. Seguí subiendo, y encontré la torre del hechicero maligno. El puente que conducía a la entrada se derrumbó, pero gracias a la escoba, salvé este obstáculo.

Las puertas de la torre estaban cerradas y como último recurso decidí beber la pócima del druida. De repente, quedé reducido a mi mínima expresión, entrando por una grieta, aunque tuve que dejar fuera todas mis cosas. Pero, en fin, la aventura continuaba.

En el interior, encontré a mi perrito Chippy, el cual me cogió en sus dientes y me sacó al jardín, dejándome un pelo suyo como recuerdo. Como era muy pequeñito, el jardín me pareció gigantesco. Lo primero que hice fue coger una hoja. Luego entré en un cubo gigantesco que contenía una cerilla consumida que metí en mi sombrero. Al salir del cubo y continuar hacia el oeste, recogí una piedra del suelo.

Seguí caminando y llegué a un estanque. Alargué la mano y acerqué a la orilla una gran hoja de nenúfar. Pinché en ella la cerilla y la hoja y construí un estupendo barco velero. Navegué por el charco hasta que no hubo suficiente agua para continuar. Volví a la orilla y me fijé en un grifo. Utilicé el pelo de mi perro para atarlo a su alrededor intentando abrirlo. El grifo estaba oxidado y no logré hacerlo girar. Monté de nuevo en mi barco y me dirigí a una planta que estaba junto al charco. De ella extraje una semilla que, al frotarla con la piedra, me proporcionó un poco de aceite que puse en el grifo. De esta manera, volví a estirar del pelo y el grifo se abrió vertiendo agua en el charco.

Continué navegando hasta alcanzar la otra orilla. Allí me cortó el paso una rana. Examinando el agua del charco encontré un pequeño renacuajo que utilicé contra ella. Cuando la rana se marchó, encontré en el lugar que había ocupado, unos champiñones mágicos. Cogí uno y me lo comí.

PROBLEMAS COMO DEMONIOS

El efecto fue inmediato y recuperé mi tamaño. Estaba en un jardín. De un árbol arranqué una rama, entrando después en la torre. Dentro utilicé la rama para defenderme de un baúl asesino. Descubrí también un par de objetos interesantes: una lanza y un escudo. Subí por las escaleras de la torre hasta el piso de arriba.

Ahora estaba en el dormitorio de Sordid. Recogí un calcetín, un libro, un saquito y la varita mágica con la que Sordid convertía a la gente en piedra. También hablé con un espejo mágico que utilizaba el hechicero para espiar a sus enemigos. Me dijo que si alguna vez quería ver algún lugar, se lo hiciera saber.

Seguí subiendo hasta alcanzar el último piso, y casi me muero del susto cuando dos demonios que jugaban a los dados discutían sobre comerme o no. Al final no me hicieron caso, pero charlando con ellos, me dijeron que Sordid había convertido en piedra a Calypso y que el único modo de escapar de la torre era utilizar una máquina teletransportadora que estaba en ese mismo piso. Pero sólo ellos sabían cómo funcionaba y me lo dirían si les enviaba de nuevo al infierno. Encontré un libro en esa misma habitación que decía que para enviar a unos demonios al infierno se necesitaba un doble cuadrado con ocho velas, así como un ratón, una calavera y saber el auténtico nombre de los demonios en cuestión.

Me dediqué a buscar estos ingredientes. En el piso del espejo observé un ratón que se metía en un agujero. Para cazarlo, metí el calcetín en el saquito que tenía y lo puse frente al agujero. El truco dio resultado. Luego bajé hasta la sala de torturas. Allí utilicé la lanza para coger una calavera que colgaba del techo. Por último, conseguí las velas cogiendo un cofre y haciéndolo añicos mediante una máquina prensadora que funcionaba moviendo una palanca que estaba junto a las escaleras.

Con todo ello, regresé a la habitación de los demonios, quienes me dieron una tiza para dibujar en el suelo el doble cuadrado mágico y meter en él los ingredientes del hechizo. Sólo me faltaba saber sus nombres.

Para ello, situé el escudo en un gancho que había en el centro de la habitación y lo rocié con un abrillantador que estaba sobre la mesa. Una vez hecho esto, bajé al piso inferior y hablé con el espejo. Le dije que me mostrara la habitación de los demonios, cosa que pudo hacer gracias al reflejo del escudo. De esta manera, pude oír cómo charlaban y pronunciaban sus nombres.

Subí de nuevo las escaleras y les dije a los demonios que todo estaba preparado. Ellos, antes de irse, me contaron que para usar el teletransportador, sólo había que apretar un botón rojo y decir en voz alta el lugar deseado.

Entré en el aparato y le dije que quería ir a los abismos de Rondor, ya que el libro de la torre decía que ése era el lugar donde se destruyen las varitas mágicas y todos los hechizos realizados con ellas. Además, algo me decía que allí iba a vérmelas con el mismísimo Sordid.

LOS ABISMOS DE RONDOR

El lugar me sorprendió. Resulta que se había convertido en una atracción turística donde había que pagar para entrar. Hablé con el encargado, quien me dio un paquete de folletos atados con una goma y me dijo que hacía poco había venido un extraño mago de visita. Sin duda, era Sordid, pero no tenía dinero para entrar.

Examinando el lugar, cogí una rama en forma de uve y una pequeña piedra. Con esto, y con la goma de los folletos, me construí un tirachinas, que utilicé en la campana de incendios para hacer huir al encargado. De paso, recogí unas cerillas que estaban encima del chiringuito de souvenirs.

Seguí andando, y después de atravesar un puente, recogí del suelo un cubo lleno de cera para suelos. Pues bien, en la habitación contigua estaba Sordid intentando devolver a los abismos de Rondor su fuego particular. Sin perder un segundo, utilicé contra él la varita mágica, convirtiéndole en piedra. Ahora el único problema era cómo destruir la varita mágica y salvar así a Calypso. Estaba claro que sin fuego en los abismos era imposible.

Pero la cosa no era tan difícil. Encendí una de las cerillas y la lancé al abismo. La lava volvió a fluir y aproveché para destruir la varita y volver a la normalidad a todos los que Sordid había convertido en piedra. Entre ellos estaba Calypso, pero también... ¡el mismísimo Sordid, que había vuelto a la vida!

Cuando se disponía a destruirme, un teléfono sonó. Lo cogió Sordid y dijo que era para mí. El que llamaba era Calypso, que me decía que aguantara un poco, ya que iba a venir a rescatarme. Pero Sordid no podía esperar a deshacerse de mí. Me lanzó un hechizo que me hizo caer por el puente, pero escalé de nuevo los abismos y volví a darle su merecido. Cuando el maldito hechicero se disponía a acabar conmigo, me adelanté y rocié el suelo con la cera del cubo. Sordid avanzó, resbaló, se cayó y no tuve más que empujarle para lanzarle directamente a los ríos de lava donde quedó definitivamente derrotado.

Pues sí, amigos, así conseguí rescatar al mago Calypso y acabar con el malvado Sordid. Lo que ocurrió después aún no me lo explico muy bien. Pero de una cosa estoy seguro: me temo que ésta no será la primera y la última de mis aventuras. Si no, al tiempo.

 

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