Police Quest III
Han pasado casi dos años desde que aquella pesadilla
estuvo a punto de cambiar mi vida. Todavía me despierto sudoroso en mitad de la noche
recordando la mirada perdida de Marie, aquel rostro que reflejaba los instantes de terror
vividos hacía sólo unos minutos. Pero ahora que ella está de nuevo a mi lado, ya no me
importa recordar los terribles momentos vividos durante nuestra primera primavera de
casados. Aquel día, me había despedido de Marie en el porche de nuestra recién
estrenada casa, mientras comenzaba mi nuevo trabajo de sargento en el Departamento de
Policía de Lytton. Por fin, había alcanzado un puesto de responsabilidad dentro del
Cuerpo, y estaba dispuesto a hacerlo lo mejor posible. Pero ya sea por suerte o por
desgracia, la posibilidad de demostrar mi valía se presentó demasiado pronto...
DÍA 1: COMIENZA LA PESADILLA
Cuando crucé la puerta principal de la comisaría me
sentí realmente extraño. Por primera vez en muchos años iba a abandonar el carcomido
asiento de la sala de reuniones para subir al estrado y leer el parte del día. Como no
quería llegar tarde, me encaminé rápidamente al despacho y recogí la nota que había
encima de la mesa. En ella se me instaba a llamar al orden a la oficial Pat Morales, que
había sido denunciada por tratar mal a un conductor detenido. Me dirigí a la sala de
reuniones y ordené a Pat que se presentase en mi despacho después de la lectura del
orden del día. Seguidamente, cogí el parte del lateral del podio y distribuí las
misiones entre todos los muchachos. Cuando abandonaron la sala, regresé a mi despacho y
mantuve una calurosa discusión con la oficial Morales. Según ella, el conductor que la
había denunciado no era más que un sucio machista que no soportaba ver a una mujer
vestida de uniforme. Yo no sabía a quién creer, pero el tono amenazador de Pat y su nulo
respeto a un oficial superior me obligaron a declararla culpable. La chica no se lo tomó
muy bien y salió bastante enfadada de mi despacho.
Ya más calmado, examiné la mesa y descubrí otra nota que
me daba permiso para disponer de una de las nuevas tarjetas de ordenador. Subí al piso de
arriba y el encargado me la entregó a cambio de la orden de petición. En ese momento,
una voz femenina que provenía de los altavoces diseminados por toda la comisaría
pronunció mi nombre y me comunicó que se había producido una emergencia en el parque
Aspen Falls; el día empezaba movidito. Antes de marcharme, recogí la linterna, la porra
y el libro de notas de mi taquilla, así como unas bengalas reflectantes y varias pilas
del armario del pasillo. Cuando llegué al lugar del aviso, me encontré con un pobre
perturbado que anunciaba a grito pelado la llegada de los extraterrestres. Al acercarme a
él, me arrancó la placa del uniforme y la lanzó al agua, quitándose la ropa y
sumergiéndose en el lago. Registré sus pertenencias y encontré el carnet de conducir y
las llaves del coche. Sin embargo, no había forma de sacarlo de allí.
Finalmente, conseguí enojarlo lo suficiente arrojando al
agua una de sus posesiones. Cuando salió, y sin perder ni un segundo, saqué la porra y
lo esposé. A pesar de que estaba en paños menores todavía encontré un pequeño
cuchillo escondido en los calzoncillos. ¡Menos mal que se me ocurrió registrarlo!
Volvimos a la Central y lo llevé a la sala de arrestos. Le entregué sus pertenencias al
oficial de servicio, y continué con la patrulla. Justo antes de salir, otra llamada me
comunicó que la oficial Morales había pedido ayuda en la autopista principal.
Cogí las esposas y las pistola de la sala de arrestos y me
dirigí al lugar indicado. Otra vez Pat estaba discutiendo con un conductor, en este caso
con una mujer embarazada que rehusaba firmar la multa. Después de oír las dos versiones,
Pat me sugirió arrestar a la infractora y llevarla a la cárcel, pero, debido a su
estado, decidí dejarla marchar y constatar en la multa que la implicada había rehusado
firmar. Pat se metió en su coche y se largó sin decir palabra. Ya que estaba en la
autopista, seguí patrullando la zona hasta que me llamó la atención una larga cola de
vehículos que obstaculizaban el tráfico. Me acerqué a la cabeza de la fila y obligué a
detenerse al tipo que conducía, encendiendo la sirena. Le pedí el carnet de conducir, lo
introduje en el ordenador del coche y tecleé el código de la violación para así
obtener una citación. El señor Ruiz se puso como un loco, pero no le hice mucho caso y
seguí patrullando durante un rato. Ya estaba empezando a aburrirme, cuando me encontré
repentinamente con un coche que iba haciendo eses. El pobre hombre estaba completamente
borracho, así que lo llevé a la comisaría. El test de alcoholemia, como era de suponer,
dio positivo. Le vacié los bolsillos y se lo entregué al oficial de guardia.
Mientras me dirigía al despacho y meditaba sobre lo
monótona que es la vida de un sargento de tráfico, otra llamada me alertó de que se
había producido un intento de asesinato en los aparcamientos de Oak Mall en la calle
Rose. Al bajar del coche, estuvo a punto de darme un vuelco el corazón cuando reconocí
que la víctima era mi mujer. ¡Aquello no podía ser verdad! Todo parecía indicar que
había sido acuchillada por un desconocido. En su mano derecha sostenía una cadena rota
que sin duda pertenecía al agresor. Nunca podré olvidar aquellas angustiosas horas que
pasé en la sala de espera del hospital mientras Marie era operada a vida o muerte. A
pesar de los esfuerzos, fue imposible sacarla del coma. Lo único que se podía hacer era
esperar. Completamente abatido, volví a Oak Mall e intenté encontrar algunas pistas.
Después de echar a un fastidioso reportero que me entregó su número de teléfono,
recargué mi linterna y comencé la búsqueda. Al lado del coche de Marie encontré una
pequeña placa militar que sin duda se había desprendido de la cadena. Sin nada más que
hacer por el momento, me marché a casa a descansar un poco.
DÍA 2: EMPIEZA LA ACCIÓN
La llamada del Capitán me despertó con la noticia de que
había sido destinado a Homicidios. Antes de marcharme, cogí la caja de música que tanto
le gustaba a Marie y me dirigí a la comisaría. Después de animarme un poco, el Capitán
Tate me ofreció el caso y me presentó a mi nueva compañera: la oficial Pat Morales. Las
cosas no podían empezar peor. El primer paso era localizar posibles agresiones de
similares circunstancias para intentar encontrar alguna pista. Conecté el ordenador y
revisé el expediente de Marie y el que me había dado el Capitán. La otra víctima
había sufrido el mismo tipo de agresión, con una daga, pero además, la habían grabado
un pentagrama en el pecho después de morir. También introduje el número de serie de la
placa que encontré en el parking y descubrí que pertenecía a un tal Samuel Britt,
asesinado en idénticas circunstancias. Lo que parecía un asalto casual se había
convertido en una complicada red de asesinatos con las características típicas de una
secta fanática.
Mi compañero de despacho, Steve, me aconsejó avisar a la
prensa para iniciar la búsqueda de testigos, así que llamé al periódico local y pedí
que publicaran la noticia. Aprovechando que tenía encendido el ordenador, también
consulté el expediente de Morales, descubriendo que había sido investigada varias veces
por sus continuas desobediencias y destrucciones de pruebas. Lo mejor sería tener cuidado
con ella... Cuando acabé con el ordenador, me fui a Evidencias y entregué todos los
objetos que había encontrado. Por fin, había acabado la jornada, así que fui a visitar
a Marie. Le compré unas flores y le puse su caja de música entre los brazos. Por un
instante me pareció ver cómo abría débilmente los ojos, pero seguramente fue un
espejismo...
DÍA 3: LOS PRIMEROS INDICIOS
Al llegar a la oficina, una nota me comunicó el nombre de
un supuesto testigo: Carla Reed. Pat y yo nos dirigimos a su casa, si es que puede
llamarse así a un montón de periódicos amontonados en la puerta de un destartalado
garaje. La pobre mujer se asustó bastante cuando me acerqué, pero después de enseñarle
la placa se tranquilizó un poco. Lo malo era que no quería abandonar su carrito, así
que tuve que inmovilizarlo en una cañería. Ya en la comisaría, le di algo de comer
antes de utilizar el constructor de caras del ordenador. Al cabo de unos minutos de
colocar barbas y cambiar ojos, conseguimos descubrir al primer sospechoso: Steve Rocklin.
El tipo resultó ser un ex-convicto que pertenecía a la secta Hijos de la Oscuridad,
dedicada al tráfico de drogas. Llevamos a Carla de vuelta a "casa" y nos
largamos de allí, no sin antes recuperar mis pertenencias. Repentinamente, Morales miró
el reloj y me pidió que la condujera lo más rápido posible a Oak Mall para hacer una
llamada urgente. Por si fuera poco, me di cuenta de que nunca se desprendía de su
bolso...
DÍA 4: OTRO ASESINATO
Mi primer pensamiento de la jornada fue para Marie. El día
anterior había estado demasiado ocupado para visitarla, pero hoy no podía dejar de ir al
hospital. Lo primero que me encontré en la mesa fue una citación para declarar como
testigo en el juicio de Juan Ruiz. Antes de salir para el juzgado, cogí la carta de
velocidades del coche patrulla para demostrar al juez que el señor Ruiz no iba a la
velocidad correcta. Después del proceso judicial, Pat tuvo otro de sus ataques repentinos
de prisa y me pidió ir de nuevo al Mall para telefonear.
Esta vez parecía tan apurada que incluso se dejó el bolso
en el asiento. De él colgaba una pequeña llave que utilizaba para abrir los cajones de
su mesa de la oficina. Confiando en mi instinto policial, realicé una copia en una tienda
de allí al lado, devolviéndola a su sitio justo antes de que Pat entrase en el coche. En
ese momento, escuchamos por la radio que se había producido un nuevo homicidio en el 300
Oeste de la calle Rose. Nos dirigimos allí a toda velocidad y, después de recoger los
utensilios del maletero, me dispuse a inspeccionar el cadáver. La escena no podía ser
más deprimente. El pobre desgraciado había sido acuchillado repetidas veces y depositado
en un contenedor de basuras. Al levantarle la camiseta para inspeccionar las heridas,
descubrí un horrible pentagrama grabado a punta de cuchillo en su pecho. La Secta había
vuelto a actuar. Registré detenidamente el cadáver y hallé el carnet de conducir junto
a varios restos de cabellos entre las uñas, que recuperé cuidadosamente con uno de los
utensilios. El nombre de la víctima era Andrew Dent. Pasados unos minutos, se dejó caer
por allí el viejo Leon, el forense. Le devolví el carnet de conducir y me decidí a
investigar la zona.
Aquel callejón abandonado parecía el escenario perfecto
para todo tipo de barbaridades. Me llamó la atención un viejo coche con una marca de
pintura de color oro que había sido grabada recientemente. Tomé una pequeña muestra y
volvimos a la comisaría. Entregué las pruebas en Evidencias y abrí el expediente de
Andrew en el ordenador. También recogí una nota del hospital que me aconsejaba pasarme
por allí. Aprovechando que Pat y Steve se habían marchado, abrí el cajón de la mesa de
Morales, pero sólo hallé un papel con un número escrito en él: 386.
Me dirigí al hospital y estuve un rato hablando con Marie,
aunque no sabía si podía oírme. Cuando ya me iba a marchar, se me ocurrió mirar el
informe médico que había colgado en la cama. Sorprendentemente, la dosis de suero que
estaba recibiendo no coincidía con la marcada en el papel. Llamé rápidamente a la
enfermera, que se lo comunicó al doctor. Su cara enrojeció cuando se dio cuenta de que
habían cometido un lamentable error. Por suerte, había sido descubierto a tiempo y no
iba a influir en la recuperación.
DÍA 5: SE CIERRA EL CÍRCULO
El tablón de anuncios del despacho comunicaba que al día
siguiente todos los agentes femeninos tenían que presentarse al examen médico
trimestral. Una buena oportunidad de ocuparme de Morales... Miré detenidamente el
expediente de Andrew para ver si el laboratorio había examinado las pruebas y,
efectivamente, así fue. La pintura color oro pertenecía a un vehículo Sedan GM del año
1976. Llamé a la Central para que todos los coches patrulla estuviesen atentos, y me fui
a pedir consejo al psicólogo.
En realidad, el doctor Aimes estaba más chiflado que la
mayoría de sus pacientes, pero sus amplios conocimientos criminales podrían servirme
para algo. Casualmente no estaba en su oficina. Encima de la mesa hallé un informe de la
oficial Morales, que no hacía sino corroborar mis sospechas de que estaba metida en
algún asunto turbio. Cuando ya no sabía que hacer, Steve me aconsejó que intentase
buscar un patrón para todos los asesinatos. Utilizando el ordenador, miré los
expedientes utilizados hasta ahora y apunté la localización EXACTA de los asesinatos y
sus fechas. Después, fui marcando en el mapa esos puntos, siguiendo un orden
cronológico: primero el de Samuel Britt en el 392 Sur de la Sexta Avenida; después el de
la calle Palm...
Mientras trazaba las rectas una terrible silueta se iba
formando en la pantalla del ordenador... ¡Los asesinatos eran las puntas de un
pentagrama! Una de ellas convergía en un punto que todavía no estaba marcado: el 200
Este de la calle Palm. Sin perder un segundo, recogí el transmisor para seguir vehículos
en la sala de ordenadores y nos fuimos a la calle Palm. Cuando le comuniqué a Pat lo que
había descubierto me dijo que en aquel lugar sólo había un bar llamado "Old
Nugget". Al llegar allí, un Sedan de color amarillo estaba aparcado en la puerta. Le
coloqué el transmisor y entré en el bar, mientras Pat cubría la puerta de atrás.
Pregunté a los clientes si conocían al dueño del coche, pero no estaban dispuestos a
colaborar.
En ese momento, regresó del servicio un pintoresco
personaje con un gran parecido a Steve Rocklin. Me acerqué a él cuidadosamente, pero
debió darse cuenta de lo que pasaba porque sacó una pistola e intentó dispararme. Por
supuesto, no me pilló desprevenido. Lo disparé en el brazo y salió huyendo. Antes de
que pudiera alcanzarlo, escapó por la puerta de atrás, donde se suponía que estaba Pat,
y se largó en el coche. Gracias al transmisor, pudimos seguir su rastro. Lo encontramos
tirado en la cuneta de la autopista. Por lo visto debe ser bastante difícil conducir con
el brazo herido... Coloqué unas cuantas bengalas para evitar accidentes y examiné el
cadáver. En el maletero, había cinco paquetes de cocaína que Pat se encargó de
custodiar. Regresamos a la Central y otra nota me recordó que debía pasarme por el
hospital. Marie seguía en coma, así que regresé de nuevo al vacío hogar.
DÍA 6: UN FINAL FELIZ
Cuando revisé de nuevo el expediente de Andrew había algo
que no encajaba: Sólo se registraban cuatro paquetes de cocaína, mientras en el coche
habían aparecido cinco. Como Pat estaba ocupada con las pruebas físicas, me fui a
registrar su taquilla. El hombre de la limpieza no me dejó entrar en los vestuarios
femeninos, así que lo entretuve con el papel higiénico. Utilicé la combinación y, tal
como esperaba, allí estaba la cocaína. Pat había estado robando droga proveniente de
las detenciones de diversos traficantes. Se lo conté todo al Capitán y me prometió
ponerlo en manos de Asuntos Internos. También me dijo que el forense Leon quería hablar
conmigo.
En su casa no había nadie, a pesar de que la puerta estaba
abierta. En una de las mesas encontré un sobre con todas las pertenencias de Steve
Rocklin: un libro y un anillo de la Secta junto con el colgante que regalé a Marie poco
después de conocernos. Eso demostraba que Steve Rocklin era el homicida. Como Leon no
hacía acto de presencia, me distraje examinando los muertos del depósito de cadáveres
-bueno, bueno, cada uno se divierte como quiere-. Al poco tiempo, entró el forense y me
entregó un recorte de periódico con mi foto y un pentagrama dibujado encima, así como
la dirección de Rocklin. Por lo visto, la próxima víctima iba a ser yo.
El asesino había sido encontrado, pero yo estaba dispuesto
a llegar hasta el final y acabar con la Secta.
Antes de hacer una visita a la casa de Rocklin, me fui al
hospital y le coloqué el collar a Marie. El milagro se produjo: Marie abrió los ojos y
me reconoció. Por fin el peligro había pasado. Mucho más aliviado, me dispuse a seguir
con la investigación. Mientras montaba en el coche, la radio rompió el tenso silencio
que reinaba entre Pat y yo, comunicando que una casa de la calle Peach se estaba
incendiado. Mis sospechas se confirmaron cuando descubrí que la casa era la de Rocklin.
Registré lo que poco que quedaba y encontré una pequeña habitación con el suelo
cubierto de sangre alrededor de un gigantesco pentagrama. Pero lo que más me impresionó
fue una foto que encontré en el salón principal. En ella, aparecían dos personas
vestidas con uniforme militar al lado de dos nombres y un solo apellido: ¡Jessie y
Michael Bains!
¡Los hermanos Bains! El primero había sido uno de mis
más encarnizados enemigos, hasta que acabé con el en un tiroteo hacía unos años. El
intento de asesinato de mi mujer parecía algo más que una simple casualidad... Cogí
unas muestras de sangre del pentagrama y nos fuimos rápidamente.
De nuevo Pat me pidió ir al Mall a hacer la acostumbrada
llamada del día. Aprovechando que allí estaba la oficina del Ejército, obtuve unos
informes sobre Michael Bains. Al parecer, Michael se había vuelto loco cuando Jessie
murió a manos de la policía, así que tuvieron que echarle del Ejército. Le llevé los
informes al psicólogo y me puso al tanto del carácter esquizofrénico de Michael Bains.
Después de entregar las muestras de sangre, nos dirigimos a la dirección que se podía
ver en la fotografía. El lugar era un descampado presidido por una casa medio derrumbada,
pero fuertemente protegida por una puerta blindada y ventanas cubiertas con barrotes.
Llamé varias veces a la puerta, aunque nadie salió a abrir. La única forma de entrar
era obteniendo un permiso en el juzgado. No fue nada fácil convencer a la juez Simpson;
al final accedió y me entregó la orden de registro. Volví de nuevo a la casa, pero no
había manera de pasar, todas las entradas estaban fuertemente protegidas.
Regresé al juzgado y le pedí una nueva orden a la juez
para utilizar métodos más contundentes. Con todos los permisos en regla, regresé a la
calle Palm y me encontré con el blindado preparado para forzar la puerta. A una orden
mía, destrozó la entrada mientras yo entraba con la pistola desenfundada. Nada más
cruzar el umbral, tuve que abatir a un posible sospechoso que me apuntaba con su arma.
Al ver mi destreza con la pistola, Michael salió del fondo
de la sala y se rindió. Registré la habitación y encontré un mando a distancia con un
diseño muy peculiar, que me permitió localizar un oscuro pasadizo detrás de la
chimenea. Al fondo de las escaleras había un pequeño laboratorio de coca, donde la Secta
fabricaba la droga. Justo cuando me disponía a salir, otro matón apareció por detrás e
intentó dispararme, pero fui más rápido y acabé con él. En ese preciso instante,
apareció Morales y se ofreció a registrar el laboratorio. Cuando se acercó al cadáver,
cogió su pistola y me apuntó, pero un policía de Asuntos Internos entró en escena y
consiguió salvarme la vida.
La Secta estaba desarticulada y un policía corrupto había
sido desenmascarado. Mi felicidad fue completa cuando, de vuelta al hospital, Marie me
dijo que estaba esperando un bebé. Habían sido los seis días más difíciles de mi
vida, pero como dice el refrán, bien está lo que bien acaba, y en este caso las cosas no
podían haber ido mejor.
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