Operation Stealth
De forma aún no muy clara, alguien había conseguido algo
que parecía imposible. En nuestras propias narices, había desaparecido el prototipo más
valioso de la historia armamentística. Desde la mismísima Casa Blanca se empezaban a
pedir explicaciones a los responsables del proyecto, cuyas cabezas peligraban, y la
carencia casi total de pistas sobre los posibles autores del robo, determina que el asunto
se pase inmediatamente a manos de la Agencia.
A mi llegada al cuartel General de la CIA, se me condujo
directamente a hablar con el jefe supremo, sin ningún tipo de preámbulo. El
"viejo" siempre había sido famoso por su frialdad para afrontar cualquier
misión. Sin embargo, ahora parecía visiblemente nervioso. En unos minutos, me informó
de todo lo que hasta el momento sabíamos, lo que en realidad no era demasiado.
LA PAZ MUNDIAL EN JAQUE
El prototipo robado, el Stealth, era el avión más moderno
hasta ahora concebido. A su increíble poder devastador unía una nueva característica
que le hacía casi invencible, un revolucionario sistema de camuflaje electrónico que le
convertía en "transparente" a cualquier tipo de radar. Cada onda (sónica u
óptica) que choca contra el aparato, es analizada, se recalcula su ángulo de reflexión,
y a continuación es devuelta como si no hubiese encontrado nada en su camino.
La complejidad de estos cálculos, hace que sólo puedan
ser correctamente tratados por un enorme sistema informático. Y éste es precisamente el
talón de Aquiles del Stealth. El tamaño de los ordenadores es tal que no pueden ser
llevados a bordo del avión. Mi misión será, por tanto, localizar el centro de datos y
destruirlo. Sólo de esta forma será posible enfrentarse con alguna posibilidad de éxito
al increíble aparato.
Nuestra red de espías infiltrados en todo el mundo había
estado trabajando intensamente, pero las únicas pistas concretas no dejaban el asunto
nada claro. Por una parte, estaba constatado que los rusos tenían en marcha un proyecto
similar, que había tenido que ser congelado por el abandono del principal cerebro de la
operación, que se encontraba refugiado en algún país europeo. Esto les convertía en
posibles sospechosos, pues robar el avión les permitía matar dos pájaros de un tiro.
Por un lado, paralizaban nuestro proyecto, y por otro, contarían con los datos necesarios
para finalizar el suyo. De todas formas, agentes especiales infiltrados tras el telón de
acero, aseguraban que todo esto eran especulaciones y que no había nada que pudiera
indicar su veracidad.
Informaciones con más fundamento, procedentes de uno de
los agentes de la unidad especial a la que pertenezco, apuntaban a que el Stealth había
aterrizado con toda certeza en Santa Paragua, pequeño país Centroamericano, cuya agitada
situación política favorecía la acogida a cualquier terrorista internacional.
El general Manigua, democráticamente elegido tres años
antes, había quebrado las esperanzas del país disolviendo la Asamblea del Pueblo e
instaurando una dictadura de la que se había constituido única cabeza visible.
El país se encuentra en estado de sitio, apoyado por una
terrible policía secreta que rodea al dictador, y la libertad comienza a brillar por su
ausencia. Algunos observadores políticos aseguran que el general es sólo una marioneta
en manos de alguna organización criminal, mientras otros le consideran responsable de
todo lo que ocurre en Santa Paragua. Por nuestra parte, sobraban las especulaciones,
teniendo en cuenta el contenido del telegrama remitido por el agente DSC 2, destinado en
los últimos meses en el conflictivo país. Literalmente decía: "IMPORTANTE
INFORMACIÓN SOBRE EL ASUNTO STEALTH STOP. NECESITO AYUDA URGENTE STOP."
VACACIONES JUNGO AL MAR
Después de la última temporada en Lausanne, el cuerpo me
estaba pidiendo un cambio de latitud, amén del gusanillo interno que se quejaba de la
falta de actividad de las últimas semanas.
Nada más aterrizar, comprobé que no estaba en la vieja
Europa. Un diario me ponía al día en la política exterior del país. La única forma de
introducirme en él era hacerme pasar por ciudadano alemán. Mientras manipulaba los
controles del compartimento secreto de mi extraordinario maletín, agradecía una vez más
al ingenioso Charlie sus sorprendentes inventos. El falsificador de documentos era de una
perfección tal que el agente de aduanas local se tragó lo de mi nacionalidad alemana. La
primera sorpresa agradable fue una hermosa chica tras el mostrador de información a
quien, con mi galantería acostumbrada, me presenté, intentando conseguir una cita, pero
lo único que me dio fue un extraño mensaje, que supuse debía proceder de nuestro agente
en el cálido país.
Analizando el contenido, me dirigí a la sala de equipajes
e identifiqué el que me interesaba. En el servicio comprobé el contenido, que se
componía de una modernísima grabadora camuflada en una maquinilla de afeitar, y un
potente lanzacables oculto en el interior de un reloj de pulsera de apariencia normal. En
la cassette, mi contacto me había dejado instrucciones sobre el lugar del encuentro, así
que me dirigí hacia el parque. La chica de la floristería no quiso admitir el dinero
extranjero que llevaba, así que, antes de comprar las flores, tuve que conseguir cambio
en moneda del país.
Como un Romeo cualquiera, me senté en un banco y no tuve
que esperar mucho hasta que apareció mi contacto. Cuando todavía no habíamos hecho más
que saludarnos, unos disparos desde un vehículo a toda velocidad cerraron violentamente
la única fuente de información con que, de momento, contaba. El infortunado desconocido
sólo atinó a balbucear unas frases sin sentido, y a entregarme una pequeña llave con un
número. Sin que nadie tuviese que decírmelo dos veces, piqué espuelas y me alejé al
instante de aquel parque donde el aire que se respiraba parecía tan poco sano.
Tras un rato de incertidumbre, una pequeña inscripción en
la llave me aclaró que se trataba, sin duda, de la de una caja de seguridad del Banco
Nacional de Santa Paragua. El asunto comenzaba a calentarse, así que, sin más dilación,
encaminé mis pasos hacia el centro del pueblo. El encargado de la entidad bancaria me
permitió el acceso a la cámara acorazada, donde comprobé que la llave podía abrir la
caja marcada con el mismo número. En el interior, un mal presentimiento me asaltó al
reconocer un maletín que sólo podía pertenecer a mi compañero DSC 2. Abrí el
compartimento secreto, encontrando en él un estupendo revienta cajas fuertes "made
in Charlie" y un voluminoso sobre. Cuando intentaba abrirlo para comprobar su
contenido, el frío de un cañón sobre mis riñones y un "cariñoso" saludo con
acento ruso, me indicaron que mis amigos de detrás del telón de acero andaban tras la
misma liebre que yo. Su nerviosismo al conseguir el sobre me indicaba que ellos no eran
los autores del secuestro del Stealth. No obstante, no se quedaban atrás a la hora de
fastidiar al prójimo. Me condujeron a una cueva y, tras despedirse cariñosamente,
dinamitaron la única entrada a la cavidad.
EL VIEJO JOHN GLAMES ENTRA EN ACCIÓN
Con la frialdad que me caracteriza, me olvidé por un
momento de la entrada derrumbada, y decidí que lo primero era liberarme de las ligaduras
que me inmovilizaban. Tanteando por el suelo, localicé algo puntiagudo que podía
servirme, así que me afané en frotar las cuerdas sobre el objeto. Después de grandes
esfuerzos, conseguí romper mis ataduras. Comprobé entonces que lo que había usado era
el extremo de un viejo pico de minero, y pensé que un poco de ejercicio no me vendría
mal. Con más suerte que ciencia, logré ensanchar una pequeña grieta por la que entraba
aire, lo suficiente como para colarme por ella. Un par de chapuzones en aguas heladas, y
vuestro héroe favorito se encontraba de nuevo a plena luz del sol.
La frialdad del agua subterránea me hizo pensar que nunca
sabe uno cuando le tocará un chapuzón inesperado, así que decidí incorporar a mi
sofisticado equipo de agente secreto un simple salvavidas hinchable. Luego, fui al hotel
en busca de ropas secas y un merecido descanso. Seguramente por culpa del cansancio, me
equivoqué de habitación y abrí la de una hermosa chica que no me recibió demasiado
bien. A punta de pistola comenzó a culparme de las maldades que su tío estaba cometiendo
y de la desgracia del país. No fue necesario emplear mi encanto para desarmarla, pues de
ello se ocuparon los matones que nos apresaron a los dos sin tiempo para reaccionar,
siguiendo órdenes de un individuo que se parecía a mí como dos gotas de agua.
Fuimos conducidos hasta alta mar en un yate, desde el cual
los esbirros de Otto, que era el nombre de mi doble, nos lanzaron al fondo del océano,
asegurándose de que no escaparíamos, atándonos unas enormes piedras a los pies. Por
fortuna, mientras me hundía conseguí maniobrar el salvavidas que compré junto al hotel,
lo que me permitió flotar y librarme de mis ataduras, así como salvar con rapidez a la
hermosa Julia. En la superficie, una zodiac de la resistencia nos recogió, y nos condujo
a su cuartel general.
La chica que había rescatado era nada menos que la sobrina
del presidente Manigua y estaba unida a los guerrilleros, en su afán por recuperar el
bienestar anterior a la dictadura. Ellos estaban convencidos de que el actual presidente
no era sino un usurpador, y que el auténtico debía estar oculto en alguna parte del
palacio, lo que permitía a los esbirros de Otto controlar la situación.
Tenían preparado un plan para introducirse en la
residencia presidencial, camuflados como artistas, por lo que me uní a ellos. Una vez
terminada la función, conseguí burlar la vigilancia de los guardias e introducirme en
una habitación, en la que encontré una caja fuerte. Con la ayuda de los aparatos que
Charlie me preparó, conseguí abrirla y localizar nuevamente el sobre que me habían
robado los rusos. Como moscas a la miel, los soviéticos volvieron a aparecer en escena,
junto con mi amigo Otto y sus secuaces. Los primeros me arrebatan el sobre y se dan a la
fuga, seguidos en primer lugar por mí, y luego por Otto y compañía. A bordo de una moto
acuática, consigo dar alcance a los rusos y hacerme de nuevo con el sobre. Luego huyo de
mis perseguidores con toda la rapidez que me es posible.
Cuando ya los he perdido de vista, tengo la agradable
sorpresa de ver muy cerca de mí la torreta de uno de los submarinos secretos de la CIA.
En el interior, pongo en manos del jefe los documentos que he conseguido, de los que
deducimos que, efectivamente, el avión robado ha aterrizado en Santa Paragua, pero a
¡cuatrocientos pies de profundidad! Se hace mención, además, al lugar exacto y a los
planes de la organización terrorista. Su principal pretensión es solicitar un rescate de
mil libras de Plutonio puro, cantidad más que suficiente para controlar la industria
nuclear mundial. Además, amenazan con atacar con el Stealth las principales ciudades del
mundo.
Sin más demora, nos dirigimos al lugar donde se produjo el
aterrizaje y me sumerjo en un mar plagado de tiburones, en el que lo primero que me
asombra descubrir son unas palmeras iguales a las normales, pero en lo profundo del
océano. Decido darme una vuelta por la zona y, examinando unas algas, encuentro una
pequeña goma que recojo por si alguna vez me es útil. Examino también las palmeras y,
en una de ellas, descubro una especie de mecanismo oculto, que consigo activar después de
manipularlo un buen rato. Se produce, entonces, una reacción en el arrecife cercano,
donde se abre un túnel submarino.
Introduciéndome por él, desemboco en una enorme base
submarina, que es la guarida de los secuestradores del avión, pero mi alegría inicial no
dura mucho. Como si me estuviesen esperando, varios bandidos se arrojan sobre mí, y soy
capturado sin que pueda hacer nada por impedirlo.
Me conducen a presencia de su jefe, el Doctor Why, quien
después de presentarse, me cuenta que pertenecen a una organización secreta denominada
Spyder, cuyo fin es dominar el mundo. A una orden del jefe, los esbirros me empujan hacia
una habitación en cuyo centro cuelga una jaula de hierro en la que soy encerrado. A mis
pies, una piscina plagada de pirañas que esperan hambrientas, mientras la jaula baja poco
a poco. Los terroristas abandonan la habitación entre risas, considerándome ya vencido,
pero no tienen ni idea de a quién se están enfrentando. Unas rápidas operaciones de mi
pluma y mi reloj especiales, y me escurro por la rejilla de ventilación.
Tras un enorme laberinto, desemboco en unos lavabos, donde
consigo eliminar a un distraído guardián, de cuya ropa me apodero. Disfrazado, me muevo
por toda la base, recolectando todo lo que encuentro que puede serme útil más tarde. Me
hago con un bote salvavidas, un documento de órdenes internas y un sello de caucho
virgen, que consigo cambiar por el del jefe de seguridad. Con este sello, falsifico las
órdenes y, después de reproducir unas huellas digitales que me ayudan a abrir la puerta
de seguridad, me interno en la sala de controles central.
Cuando creo estar casi al final, el Doctor Why me está
esperando y me detiene de nuevo. Veo que Julia también está prisionera, y se nos obliga
a presenciar el horrible espectáculo que supone ver despegar al poderoso prototipo. Todo
parece perdido, pero John Glames siempre ha vencido sobre el mal, y esta ocasión no iba a
ser una excepción. Una grabadora convenientemente situada por mí en la habitación
contigua emite un mensaje que, por momentos, distrae a Otto y a los que me retienen. En
ese instante, consigo lanzar uno de mis cigarros explosivos contra el ordenador. Luego
coloco el disquete con virus en la unidad central del mismo, con lo que el talón de
Aquiles del Stealth puede considerarse destruido.
Las escenas que vienen a continuación son sacadas del más
genuino cine de acción, con helicópteros, bombas y demás, pero prefiero esperar a que
veas la película en lugar de contártelas. El final, naturalmente, es de lo más feliz.
Hay por ahí un aficionado al que apodan "007" que intenta, sin lograrlo, emular
mis aventuras, pero está claro que John Glames no hay más que uno. Y ese soy yo.
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