Leather Goddesses of Phobos II
¡Caramba, Barth!, parece que tu aparato de traducción
anda algo falto de pilas, y lo que es peor, no creo que sea posible encontrar el tamaño
adecuado en la tienda de la esquina. Mejor descansa un poco mientras saboreas un buen
plato de Goodyears en salsa, y deja que yo cuente la historia sobre cómo llegamos a hacer
una amistad interplanetaria.
Mi nombre es Zeke Zarmen, y desde hace algunos años me
encargo de llevar la única estación de servicio del pueblo. Este es un duro trabajo, y
resultaría demasiado para mí solo. Así que no he tenido más remedio que contratar a
tres chicas para ayudarme. Dicen las malas lenguas que en su contratación no tuve en
cuenta su habilidad en la mecánica, pero puedo asegurar que sí lo hice.
Floe no es la más brillante en el trabajo, pero tiene
gancho con el público, y procura siempre poner el depósito a tope. Doe es la típica
chica despierta, que puede quedarse a cargo del negocio si salgo unos días, y que aumenta
las ventas de forma que no llego a explicarme. Zoe es la más hábil de las tres y puede
hacer maravillas con cualquier herramienta. Está especializada en las puestas a punto.
Sin embargo, la chica que de verdad me gusta del pueblo es
Lydia Sandler, la hija del famoso profesor. Hasta la llegada de nuestro amigo Barth no
había conseguido más que invitarla a cenar varias veces. Aquel día, la encontré junto
a mi negocio con un aspecto entre preocupado y asustado. El profesor estaba seguro de que
el meteoro que se había visto pasar sobre el pueblo la noche antes, era algo más que un
trozo de roca, y Lydia estaba encargada de comprobarlo. Me pareció un trabajo poco
adecuado para una chica, y me tomé la molestia de encargarme de hacerlo. Le dije a Lydia
que nos encontraríamos por la noche en el restaurante para cenar, y que ya le contaría
lo que viese. Se quedó convencida, y me dirigí por la carretera del túnel hasta el
desvío que lleva al barranco del río seco.
¿NOS INVADÍAN LOS MARCIANOS?
Tengo que reconocer que cuando llegué a lo alto de la
colina me quedé perplejo. Siempre había imaginado las naves extraterrestres con forma de
platillo, pero lo que encontré se parecía más a un seiscientos con alerones que a otra
cosa. El señor Sandler había acertado esta vez y algo del espacio había llegado hasta
nosotros.
Volví hacia el pueblo, dándole al pasar un vistazo a mi
negocio. Las chicas estaban cada una en su puesto, pero la que más duro estaba trabajando
era Zoe.
Andaba enfrascada en el arreglo del coche del general de la
base, y decidí echarle una mano. O mejor dicho, las dos. Un repaso al interior del
vehículo y entre los dos conseguimos una puesta a punto extraordinaria. Decididamente, a
esta chica tendría que aumentarle el sueldo.
Recogí una pieza de goma como recuerdo del rato de trabajo
y una especie de transistor que andaba por los asientos. Seguramente, el general lo había
olvidado allí. Volví a acordarme del alienígena y decidí investigar en la oficina del
sheriff, para comprobar qué sabía del asunto. La oficina estaba desierta, pero a través
de los barrotes de la celda, pude ver un enorme agujero en el muro que daba a la calle,
como si alguien hubiese disparado un cañonazo contra él. Sobre la pared de detrás de la
mesa del sheriff se encontraba un hermoso mapa de la ciudad que podía ser muy útil para
cualquiera que no la conociera tan bien como yo. Aunque haría falta alguna herramienta
para quitar las grapas con que estaba sujeto.
Finalmente, localicé al comisario en su segundo despacho.
Éste no era otro que la peluquería local, donde solía echarse unas partiditas con el
barbero y con el doctor Skelton. Cuando les conté lo que sabía me informaron de que ya
habían visto al ser que tripulaba el seiscientos intergaláctico. Era una especie de saco
deforme con ojos al extremo de dos antenas y de un color amarillo verdoso que daba
nauseas. El sheriff lo había amenazado con su pistola y se había dado a la fuga, por lo
que no debía ser muy peligroso. Esto coincidía con las tesis que Lydia y su padre
siempre habían sostenido sobre los habitantes de otro mundo, en cuanto a que serían
gente pacífica de la que podríamos aprender mucho.
EN BUSCA DE LOS CIENTÍFICOS
Cada vez era más importante encontrar a Lydia, así que
puse rumbo a la casa del profesor Sandler. Allí sólo encontré a Jimmy, el hermano
pequeño. El chico siempre había sido un empollón de tomo y lomo, y no despegaba la
nariz de los libros ni para echar un partido de béisbol. Al contarle la historia, me dijo
que también él había tenido un encuentro con el ser. A él tampoco le había parecido
peligroso, sino que había detectado que el pobre andaba bastante mal. Su cuerpo
presentaba zonas heridas por el accidente, y se intuía una debilidad enorme, seguramente
motivada por la falta de alimento adecuado.
Según Jimmy, se trataba de una forma de vida basada en el
Germanio, y según había leído, un ser de esas características sólo podía alimentarse
con isótopos radiactivos. En cuanto a sus heridas, únicamente se curarían con la
aplicación de un emplasto de goma licuada con sulfídrico. Los isótopos sólo podían
ser hallados en la base militar. En cuanto al alimento, haría falta un recipiente, algo
de goma, un agente licuador como un alcohol producto de la destilación y, por supuesto,
el sulfídrico.
Para recoger más datos con base científica, me acerqué
al observatorio para pedir su opinión al profesor Sandler. Estaba de acuerdo en que se
trataba de una forma de vida basada en el Germanio, y que se encontraba herido y
hambriento, pero no tenía ni idea de cómo ayudarlo. (¡vaya con el joven Jimmy!). Antes
de irme, aprendí a usar el telescopio, y pude observar dos nuevos planetas que el
profesor había localizado. En uno de ellos, parecían divertirse de lo lindo, seres de
aspecto similar al nuestro, y de costumbres bastante agradables, por lo que podía verse.
Comprendí que debía encontrar a Lydia cuanto antes, y
como se acercaba la hora de nuestra cita, me acerqué al restaurante. Aún no había
llegado, pero tomé prestado un recipiente para preparar los combinados especiales de
Jimmy si llegaba el caso. En casa del doctor recogí unos productos útiles para el mismo
fin y recordé que si quería obtener el alimento para el pobre alien, tendría que entrar
en la base, lo que no era una tarea fácil. Para darme ánimos, pasé por el bar para
tomar unas copas y me llevé una botella de repuesto por si más tarde me era útil.
CON LA ARMADA HEMOS TOPADO
Entrar a un recinto militar no era cosa de risa, pero por
suerte, yo conocía perfectamente la zona desde mucho antes que se instalara la base.
Recordé unas alambradas muy débiles y deterioradas en la parte trasera, justo siguiendo
el cauce del arroyo del barranco, pero a las que sólo era posible acceder en época de
lluvias usando el bote que solía estar por allí. Nunca he creído en la danza india de
la lluvia, así que me pareció más oportuno buscar la ayuda de la ciencia para algo tan
complicado.
Mi futuro suegro siempre se había jactado de que, entre
sus inventos, contaba con uno capaz de terminar con la sequía más pertinaz, y decidí
comprobar si era cierto. El resultado no pudo ser más impresionante. Aunque tuve que
tener alguna ayuda para parar la máquina, pronto el arroyo del barranco estaba tan lleno
como en invierno. Después de una corta sesión de remos, conseguí colarme en el recinto
militar.
Junto al hueco por donde había entrado estaban los
barracones, y me adentré en ellos. Era arriesgado moverme sin tomar precauciones, y se me
ocurrió que podía ser útil disfrazarme. Con una ropa que encontré, mi aspecto se hizo
bastante más discreto y me atreví a deambular por la base.
La zona del reactor nuclear estaba por suerte poco vigilada
y entré sin ninguna dificultad. Repasé las pantallas de control y encontré dos datos
muy interesantes. El primero era un código de estado de alarma, con tres dígitos. Para
no olvidarlos, los anoté en el aparato que llevaba que podía servirme para ello, pues
también tenía tres cifras. Memoricé la segunda información y pasé a la sala adjunta,
en la que se guardaban los isótopos en una enorme caja fuerte, cuya apertura era, en
principio, imposible.
Estaba claro que la clave de acceso sólo sería conocida
por muy pocas personas del personal de la base. Pero había una que, con seguridad, tenía
que saberla. ¿Imagináis quién? Pues claro: el General.
Busqué como pude su despacho, y lo registré de arriba a
abajo, localizando sólo una llave. Sabía que el general no podía tener muy buena
memoria por su avanzada edad, así que en algún sitio tendría anotada la clave que
buscaba. Si no estaba en su despacho, tendría que seguir arriesgándome y buscar en su
casa.
Logré abrir el escritorio, hallando en él un sobre color
lavanda con un nombre en su interior que me resultó conocido. Correspondía a una de las
chicas de la casa de citas local, y decidí echar una canita al aire.
Por el camino, me acerqué un momento a la oficina del
motel, y alquilé a madame Chávez un apartamento, pensando en esconder en él al pobre
marciano o lo que fuese. Me guardé la llave y llegué donde se encontraban las chicas de
vida alegre. Ciertamente lo hubiese pasado mal si Lydia me hubiese visto entrar allí,
pero en el fondo yo lo estaba haciendo todo por ella antes que por nadie. La chica era
bastante atractiva, pero me indicó que sólo trataba con sus clientes fijos. Cuando
descubrió en mi poder el sobre que la relacionaba con el general, me pidió discreción,
y me entregó una carpeta para él. En el interior de la misma, encontré lo necesario
para localizar la clave de la caja fuerte, adaptándola a los datos que había en mi
cabeza. Volví enseguida a la base y logré hacerme con el isótopo. Era ya la hora de mi
cita con Lydia, así que salí pitando de allí, y me encaminé al restaurante.
UNA CENA ÍNTIMA
Al menos eso me hubiera gustado. Pero la cosa no podía
ponerse más agitada. Después de contar a la chica todo lo que ya sabía y cuando nos
disponíamos a salir, apareció Jimmy muy acalorado, contándonos que desde la radio de la
casa habían interceptado un mensaje de los habitantes del planeta Phobos.
Cuando estaban intentando descifrarlo, había aparecido el
general de la base y los había echado a la calle, argumentando razones de defensa
nacional. Por lo que Jimmy había oído, las habitantes del planeta Phobos nos avisaban
del peligro de invasión por parte de los inquilinos del planeta X. Pedían además
coordenadas de aterrizaje para enviar su flota y que pudiésemos contar con ella en la
defensa contra los invasores de X.
Nos lanzamos a la calle a toda prisa, y cuando pasamos
junto al taller de venta de coches usados, casi se me para el corazón. En la puerta del
mismo, estaba el ser más raro que había visto en mi vida. Se trataba de Barth, y su
aspecto era, más que nada, lastimoso. A toda prisa, preparamos el potingue curativo bajo
la dirección de Jimmy, y se lo dimos. Se le notó enseguida una enorme mejoría, y así
nos lo manifestó a través de un extraño aparato que convertía su jerga ininteligible
en palabras que podíamos entender. Luego le dimos el isótopo, y el sonido que emitió al
terminar de engullirlo no necesitó ningún aparatito traductor para que supiésemos que
le había sentado bien.
Cuando empezábamos a disfrutar la gran satisfacción de
haber ayudado a un ser de otra especie inteligente como la nuestra, un ruido de tumulto
nos volvió a la realidad. La multitud había localizado al que ellos creían invasor, y
venía dispuesta a lincharlo.
Una repentina corazonada me hizo usar el mando a distancia
que llevaba conmigo, y el resultado no pudo ser más satisfactorio: había puesto en
marcha el proceso de destrucción del reactor nuclear, y si no se reaccionaba con rapidez,
la cosa podía terminar en tragedia sangrienta. La desbandada fue inmediata, lo que nos
permitió a los tres salir pitando hacia la colina donde Barth había dejado
"aparcado" su bólido. Mientras nosotros lo buscábamos, él había aprovechado
el tiempo encontrando todo lo necesario para arreglar la nave. Lo ayudamos en este
menester, y decidimos escapar ante el cariz que habían tomado los acontecimientos.
EN EL PLANETA X
A una velocidad de escándalo, llegamos enseguida al
planeta de Barth. En él, dos especies compartían pacíficamente su existencia. Por una
parte los que eran como Barth, y por otra, seres de aspecto totalmente humano.
Fuimos llevados enseguida a presencia del gran consejo, que
escuchó lo que nuestro amigo tenía que contarles, y luego se retiró a deliberar. Al
rato, se nos informó de la decisión que habían tomado. La nave en que vinimos sería
reparada, y se nos encomendaba la misión de dirigirnos al planeta Phobos, con el
propósito de impedir que las diosas del cuero se saliesen con la suya una vez más. Para
conseguirlo, se nos iban a dar dos instrumentos muy poderosos, pues en X no utilizaban
armas. El primero era un cinturón que podía hacer invisible al portador y a cuantos lo
rodeasen. El segundo, un disco especial capaz de reproducir por sí mismo cualquier tipo
de conversación que se efectuase en sus proximidades. Aunque a mí me hubiese gustado
llevar una buen pistolón, me fue terminantemente prohibido. En cuanto la nave estuvo
lista, nos hicimos al espacio dispuestos a cumplir lo que se nos había encomendado y a
contribuir a salvar nuestro amado planeta Tierra.
CON LAS DIOSAS DEL CUERO
Nada más llegar a Phobos, lo primero que nos llamó la
atención fue la gran flota de aeronaves dispuesta para partir. Como estaban muy
vigiladas, nos encaminamos a unos edificios cercanos. En el interior, consideré prudente
para eludir cualquier tropiezo colocarme el cinturón y desaparecer con mis compañeros.
En una celda liberamos a habitantes del planeta X, con quienes convinimos un plan para
distraer a los guardianes de la flota intergaláctica.
Por último, en un gran salón del fondo, nos encontramos
una escena que yo ya conocía a través del telescopio del doctor Sandler. En medio de una
bacanal, las terribles mujeres contaban sus planes para con la raza humana y los
habitantes del planeta X. Habían engañado al general terrícola, y éste las iba a
facilitar la conquista de la Tierra. Para obtener pruebas, grabé todo lo que decían las
que parecían líderes, que se llamaban Balfurra y Lubanna. También oímos cuáles eran
las claves para acceder a la flota. Salimos de allí a toda prisa, y nos colamos en uno de
los cohetes. Como no teníamos ni idea de cómo tripularlo, nos ocultamos en el único
lugar donde era posible hacerlo, guardando el más absoluto silencio.
Después de un rato de vuelo, llegamos a la Tierra. Cuando
la nave aterrizó, la multitud andaba eufórica recibiendo a las chicas de Phobos como sus
libertadoras, olvidando las mínimas precauciones para garantizar la seguridad del
planeta. Nada más bajarnos, todo el mundo señaló a Barth como el invasor al que había
que eliminar para escarmentar a los que iban a invadirnos. Dándome cuenta de que las
palabras servirían de muy poco, corrí hacia el único lugar donde el disco que había
grabado podía serme útil. Cuando, a través de las ondas, comenzaron a oírse las voces
de Balfurra y Lubanna hablando de sus maquiavélicos planes, todo su plan se vino abajo, y
el pueblo reaccionó con rapidez contra los habitantes de Phobos. Éstos, viéndose
perdidos, se dieron a la fuga a toda prisa, dejando atrás la mayoría de sus naves, con
lo que su poder quedó sesgado de golpe.
Por suerte, todo se había resuelto bien, y Barth había
conseguido que todos lo viesen como lo que es, un amable visitante que sólo buscaba
nuevas amistades entre nosotros. La única pega de esta historia está en que el profesor
Sandler se ha empeñado en que entre en la familia, y creo que va a ser difícil que me
escape de ésta. Pero alguna vez tenía que llegarme la hora".
"Mi gustar idea..., Brr..., Barth padrino de boda...
Brr, Brr..., buena fiesta con raciones de neumáticos... Brr, Brr... copazos de
plutonio..."
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