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    Portada - Fósiles - La preparación de los huesos

    La preparación de los huesos

        Los laboratorios donde se estudian los huesos de los dinosaurios tienen que ser grandes para ser útiles. Los mejores son como almacenes inmensos, con hileras de mesas en la zona de descarga y enormes portantes de estanterías de acero de resistencia industrial. Los especimenes se descargan y se colocan en grupos relacionados, de modo que el equipo del laboratorio puede trabajar simultáneamente en un animal, o en un conjunto de huesos muy relacionados entre sí.

        La primera tarea consiste en eliminar la escayola. Para hacerlo se cortan en rebanadas las capas de arpillera humedecida en yeso, pero hay que hacerlo con cierto cuidado, para reducir al mínimo el riesgo de dañar las piezas. Una sierra sinfín, montada sobre un eje de transmisión flexible resulta ideal para realizar este trabajo. Por lo general, se conserva en su sitio la parte inferior de la cubierta de yeso de los bloques grandes, porque ofrece estabilidad mientras los técnicos trabajan en los huesos desde la parte superior.

        La mayor parte de la matriz de roca se ha eliminado durante el trabajo en el campo, pero esta tarea se puede efectuar con mayor precisión y esmero en el laboratorio. Si la matriz es blanda, se puede perforar y rascar por medio de cinceles y cuchillos de mano. Si es más dura, se utiliza un taladro de odontología. Éste se sujeta con la mano, como si fuera un lápiz, y permite realizar movimientos precisos; el punto de vibración se orienta, con un movimiento de barrido, en forma paralela al hueso, para evitar el riesgo de que se deslice y melle la superficie. Por lo general, esta tarea produce gran cantidad de polvo, a medida que se va rascando la piedra, y a veces se coloca una cubierta y un tubo de succión al vacío sobre el espécimen, para preservarlo de los escombros.

        Este tipo de preparación mecánica ha sido la forma habitual de dejar al descubierto casi todos los fósiles de dinosaurios que hoy están expuestos en los museos. Limpiar un solo hueso puede llevar días de minucioso trabajo, pero la tarea es fascinante, casi como la escultura, a medida que la forma del hueso va apareciendo poco a poco. Por fortuna, los huesos de los dinosaurios suelen ser duros, lisos por fuera y de un color marrón intenso, por lo cual se destacan con claridad contra la roca que los rodea, por más dura que esta sea. En un 99 por ciento de los casos, el preparador no tiene problemas para distinguir el hueso de la roca ni para separarlos.

        No obstante, hay casos problemáticos. Por ejemplo, el esqueleto del dinosaurio Baryonyx, descubierto en fechas recientes en el sur de Inglaterra, estaba en un nódulo de mineral de hierro. La arcilla y la arenisca que son típicas de la localidad se habían llenado en algún momento de agua con mucho hierro, que endureció la piedra convirtiéndola en una masa rígida alrededor de los huesos. Fue muy duro, en sentido literal, de eliminar, y la tarea completa de preparar este esqueleto llevó muchos miles de horas de trabajo paciente y escrupuloso.

        Los huesos que se han fracturado presentan otro tipo de problemas. En algunos casos, los huesos son lo bastante duros, pero todo el depósito está atravesado por minúsculas fisuras, provocadas quizá por tensiones de la corteza terrestre en algún momento del paso. Cuando se intenta separar el hueso de la roca, se convierte en miles de astillas. En tales casos, el preparador tiene que estabilizar el hueso en su matriz, utilizando pegamentos. Estos se untan sobre la superficie, o se introducen en el interior del espécimen, al vacío. Cuando se han rellenado con pegamento las fisuras, el ejemplar se puede limpiar de la forma habitual. En otros casos de fractura los huesos suelen desmenuzarse con facilidad, tal vez como consecuencia de la compresión o desmineralización sufridas en algún momento posterior al de su sepultura. También hay que estabilizarlos por medios químicos, pero en ocasiones resulta imposible recuperar el fósil en sus tres dimensiones. Puede ser necesario dejarlo semienterrado en la roca, que actúa entonces como un soporte estabilizador. Desde luego, estos huesos no se pueden estudiar, ni admirar, desde todos los ángulos.

        En la mayoría de los casos, incluso en los ejemplares que están bien preservados, sin fisuras ni compresiones, se lleva a cabo algún tipo de tratamiento químico de los huesos. Se aplica sobre la superficie externa una capa delgada de pegamento diluido o de laca, con el simple objeto de proporcionar una cubierta exterior más resistente. Como consecuencia, los huesos son capaces de soportar mejor las agresiones cotidianas, como la manipulación y el polvo. Un esqueleto de dinosaurio en una exposición tiene un aspecto oscuro y brillante, bruñido como un coche deportivo en un escaparate, y este efecto se consigue de forma muy parecida en ambos casos.

        Cuando los huesos se conservan en rocas calizas, el mejor medio de preparación es el ácido. La disolución lenta del ácido destruye la matriz y deja al descubierto los huesos sin correr riesgos de producir daños mecánicos. Por lo general, se utiliza el ácido acético diluido (la base del vinagre), ya que tiene menos probabilidades de disolver la superficie ósea que el ácido clorhídrico. Esta técnica de corrosión con ácidos resulta valiosa sobre todo en los casos de huesos pequeños y delicados. El espécimen a tratar se suspende en un baño poco profundo de ácido, diluido en agua al cinco por ciento, o menos, y así lo deja durante un día o más. A continuación se lo retira, para examinarlo y lavarlo. Si los huesos son muy delicados, a veces se neutraliza la superficie de la plancha, para eliminar todos los rastros de ácido; se seca, y se pintan los huesos con una delgada capa protectora de pegamento. Se vuelve a sumergir el espécimen en otro baño de ácido diluido, y se repite todo el proceso hasta que los huesos quedan tan limpios como sea posible.

        A medida que los preparadores van limpiando los huesos, estabilizándolos si es necesario, colocan los especimenes sobre una mesa de trabajo, para realizar un estudio regular. Cada hueso está registrado, y se lo compara con esbozos de campo, mapas y fotografías, para poder conocer su identidad. Algunas veces, en esta etapa, se reúnen las partes complejas del esqueleto, como el cráneo, si se han roto o perjudicado de alguna otra forma durante la fosilización. Cuando todos los elementos del montaje están disponibles, entran en acción los paleontólogos, los artistas y los fotógrafos.

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